Llevaba andados 4 km y 850 metros de
los 8 km y 180 metros que me he hecho hasta ahora, sin que estuviera
pensado hacer ninguno, cuando de forma imprevista apareció el
gilipollas del día. El fenómeno adoptó la forma de niñato montado
en una bicicleta mirando para atrás y sin estar dispuesto a frenar
en el paso de cebra por el que yo estaba cruzando. El niñato tenía
cara de bobo adocenado, expresión de estúpido sin remedio y una
mochila en la espalda, como si viniera de sufrir de algún instituto.
-Pero cooooño, mira para adelante y
para en los pasos de cebra. ¿No ves que esto es un paso de cebra y
que tienes que parar? -le dije.
-¿No ves que estoy mirando p'alante?
-me dijo el niñato, como si me conociera de toda la vida y sin la
menor intención visible de pedirme disculpas, en el momento en el
que abandonaba la calzada y se subía en la acera para seguir
pedaleando en ella.
A los pocos metros, volvió a mirar
para atrás y me volvió a decir, confirmando la previsión inicial
de gilipollez:
-¿No ves que estoy mirando p'alante?
Del paso de cebra no dijo nada, porque
posiblemente nunca había llegado a sus neuronas la información de
que tenía que parar en ellos para que pasaran los peatones.
Lo dejé ir hacia su destino, que
posiblemente fuera la nada, sin ni siquiera mandarlo a ningún sitio
infame. ¿Para qué? Esa terrible manía inhumana de que vale todo y
de que cada uno hace lo que le da la real gana, pase lo que pase y
pese a quien pese, que este neoliberalismo de mierda nos ha metido en
la sociedad, no se va a arreglar mientras haya descerebrados con
forma humana por el mundo. Cada vez es más normal que la gente vaya
a lo suyo, que te atropelle de mil formas y que ni siquiera te pidan
disculpas.
Tanta caminata era para ir al
supermercado más lejano y así aprovechar para andar y ponerme
cachas, que ya hay que ir preparando el verano y hay que impresionar
en la playa. Busqué, siguiendo la consigna, algo agradable en él
que compensara la visión del gilipollas y encontré una chica en la
pescadería que fue amabilísima ante una pregunta mía y una cajera
que sonreía y todo. Yo llevaba aún metido en el cuerpo el ritmo
alegre y optimista de las músicas que me habíais recomendado por la
mañana y pensé en pedirle a la cajera que se echara un baile
conmigo, pero la verdad es que no me atreví, no fueran a llamarle la
atención. Y, además, yo tengo todavía grandes restos de timidez.
Esta tarde seguiré andando. Hoy hay mucho que hacer. Buenas tardes.