Nunca soporté la chulería, ni la soporto ahora. Me parece que es una reacción absurda y exagerada de quien se siente inferior a otro o a otros, y que reacciona haciendo creer a los demás que él es superior a quienes le causan esa impresión de inferioridad. Es una mentira interesada que debemos estar acostumbrados a descubrir, para no tener que cargar con los efectos desagradables de esos fantasmones que van por la vida sobrados, como si fueran los enviados del altísimo. En la raíz de la chulería veo la no aceptación de sí mismo y el no reconocimiento ni de como se es ni de cómo es el mundo. El chulo violenta tanto su percepción de la realidad como su actuación en la vida. Podríamos decir que violenta la normalidad porque es incapaz de aceptarla. Es el intento de que la apariencia triunfe sobre la realidad, de que esa otra realidad ficticia que crea aparezca venciendo a la racionalidad o a la evidencia. Y, junto a esto, suele haber un deseo de tener siempre ventaja sobre alguien, de sobresalir no tanto por su propia valía, sino aminorando la valía de los demás. El chulo es como un globo inflado que si se pincha, queda reducido a la nada inútil de la que huye.
Al machista lo entiendo como un chulo que va por la vida creyéndose superior a las mujeres, porque en el fondo está convencido de que no sabe lo que saben ellas, o que es incapaz de hacer lo que hacen ellas o que teme que en algún momento tenga que aceptar que alguna de ellas mande sobre él o, simplemente, tenga argumentos suficientes para que tanga que hacer él lo que no quiere. Además, el machista tiene mucho interés en sacar partido de esa supuesta superioridad, porque le beneficia y le permite tener una vida mucho más gratificante y descansada que la de las mujeres que le “sirven” y le “obedecen”.
Los machistas no tienen razones que justifiquen su posición ante la vida, pero, en cambio, siempre quieren tener razón. Por eso recurren a expresarse con algún tipo de violencia: hablando de arriba abajo, avasallando, reforzando sus palabras con un adelanto del cuerpo o con algún dedo extendido, dando golpes en mesas o en barras de bar, gritando si es menester, acompañándose de jaculatorias escatológicas y, si llega el caso, transformando esta violencia verbal en violencia física personal. Hablar de algo serio con tranquilidad con un machista suele ser tarea más bien imposible. El machista exige docilidad, obediencia y sumisión, y si no las encuentra, su reacción se torna más violenta aún.
Los machistas no suelen admitir la expresión “violencia de género”. Muchos de ellos no saben lo que significa, porque son muy pragmáticos y van de frente a lo que les interesa, que es creerse superiores y sacar partido de esa supuesta superioridad. Sin embargo, participan de una estrategia, que tampoco conocen bien, pero que repiten como un mantra inexcusable sin saber por qué: que no existe la violencia de género. Algunos ideólogos saben que una forma de luchar contra una realidad que no les interesa es la de intentar eliminar la expresión con la que nos referimos a ella. Es lo que hacía, por ejemplo, Rajoy llamando “ese señor” a Bárcenas, como si al no nombrarlo le negara la existencia. Es lo que pretenden hacer los machistas en este caso. Si quieren negar que hay violencia de género, no usan esta expresión, como dando a entender que tal violencia no existe en la realidad. Y al resto de machistas les viene bien esta maniobra, porque así se evitan pensar en el significado de una expresión (pensar suele ser complicado) que puede que les acarree desventajas.
Y, sin embargo, la violencia de género existe. Es aquella, de todo tipo, que ejercen los hombres sobre las mujeres, en virtud de una supuesta superioridad de los hombres. No solo existe esta violencia de género personal de hombres hacia mujeres, sino que además es estructural, es decir, que está incrustada en la organización de la sociedad. Este carácter estructural se manifiesta no solo en el ámbito familiar, sino también en el laboral, en el económico, en el social, en el educativo, en el religioso y en todos los aspectos de la sociedad en los que participan las mujeres. Reducir el ámbito de la violencia de género a una violencia “intrafamiliar”, como hacen algunos partidos de derechas, es optar por mantener la violencia en todos estos otros aspectos citados. Negar la violencia de género es vivir en un mundo irreal, en el que les interesa vivir a los machistas y en el que, lamentablemente, viven también algunas mujeres que asumen la ideología machista.
Es evidente que para que logremos una sociedad más justa, igualitaria y libre, y para defender a las mujeres que pagan con su sufrimiento y, demasiadas veces, con su vida la discriminación actual, hay que acabar con el machismo. Además de saber qué es el machismo y cómo actúan los machistas, hay que educar a los jóvenes de una manera más igualitaria y más sana. Hay que inculcarles los valores que hacen posible una convivencia y una sociedad justas. Hay que enseñar a los chicos, desde su más tierna infancia, a tratar a las chicas como seres humanos, como iguales, sin discriminarlas ni negarles derechos que ellos sí tienen. Y a las chicas hay que mostrarles cómo actúan los machistas, cuáles son sus maniobras más comunes, para que los vean venir y no caigan en sus redes. Como siempre, la gran respuesta a este problema está en la educación, pero, a corto plazo, no hay que bajar la guardia, porque la violencia de género que practica el machista existe y puede aparecer en cualquier momento.