"La semana pasada
participé como voluntario en el Recuento de personas sin techo de la
villa de Madrid. Más de 850 voluntarios de distintas organizaciones
y ONGs nos reunimos en el Matadero. Allí el ambiente era
impresionante: millones de ilusiones por metro cuadrado, de ilusiones
por transformar la sociedad. El acto de organización fue
convencional: un poco formativo, un poco informativo. Yo solo estaba
interesado por las miradas de la gente, aires de suave alegría en
las caras de tanta gente buena. En momentos así piensas que sí, que
otro mundo es posible. Casi no atendía a los que iban tomando la
palabra, solo me interesé cuando comentaron los datos del anterior
Recuento de 2010 y en la pantalla aparecieron gráficos, la edad de
los participantes, el sexo, el nivel de estudios… Me encantó que
un 10 % fuera de personas mayores de 60 años. Y que el 75 % fueran
mujeres.
A las 9 de la noche cada
grupo salió en dirección a su cuadrícula. A mí me tocó con cinco
chicas, cogimos el Metro, y a las calles. Nos había tocado una
cuadrícula de cinco por seis manzanas en el barrio de Salamanca,
entre Claudio Coello y Príncipe de Vergara, Ramón de la Cruz y
Maldonado. No esperábamos encontrar a nadie quizás, pero todas las
piezas son importantes para completar el puzzle. Y me encontré a
Gerardo. Estaba sentado en un banco, rodeado de bultos con sus
pertenencias, le saludé, le dije que era voluntario, que me dejara
sentar con él y en seguida se rompió el hielo. ¡Qué persona tan
viva, qué humanidad tan sana! Reivindicativo y sin rabia. Como un
árbol que soporta las inclemencias como algo que la naturaleza le
trae. Su mirada era también la de un árbol, sano, fuerte ante esas
inclemencias. Él sabe que es víctima de la injusticia, pero como
todos. “El pueblo está sojuzgado” me decía con un vocabulario
de sus viejos tiempos de sindicalista. Me contó que estuvo en la
cárcel en la época de Franco, 7 años por pegar un cartel, que fue
amnistiado a la muerte del dictador, que en los últimos quince años
antes de jubilarse ya no consiguió que lo cogieran en ninguna obra y
que cobra 300 euros de pensión, porque la ley fija la jubilación en
función de la última etapa de la vida laboral, aunque estuvo fijo
hasta los 50 años. Él no va a comedores sociales, él exige
derechos, no admite beneficencia. Me invitó a refugiarnos bajo un
alero porque empezaba a chispear. “¿Pero tú te cambiarías si
estuvieras solo?” le dije. “No, lo decía por ti”. Gerardo
tiene muy clara la situación. “ No confundas, me decía, la
evasión a paraísos fiscales con la economía sumergida, son dos
cantidades de miles de millones que se acumulan en el sumatorio de la
injusticia” Él me decía las cifras exactas, no las recuerdo.
El recuerdo de la mirada
de Gerardo no me abandona desde hace unas noches. Una mirada limpia,
brillante, como la de un roble fuerte, con un equilibrio de árbol,
un equilibrio de Naturaleza, anclado en el mundo, y observando desde
su altura las miserias que le rodean.
Después fui a llevar el
sobre de los resultados a la central de Samur, había café y
galletitas, nos encontrábamos grupos de distintos lugares, qué tal
te ha ido, tal y cual. Era jueves, eran las 2 y algunos tenían que
madrugar. No he encontrado prácticamente ni una palabra sobre el
Recuento ni en la prensa escrita ni en la digital.
Yo creo que voy a pasar
de vez en cuando a ver a Gerardo."