Dije ayer aquí que se puede ser viejo,
pero no antiguo. Me voy a explicar un poco, por si no me entendiste
bien.
Aunque me gusta más hablar de ancianos
que de viejos, esta vez preferí contraponer lo viejo a lo antiguo,
porque me parecía que podía quedar más claro.
Ser viejo (o anciano) es cosa que tiene
que ver con la edad. Consiste simplemente en tener muchos años, en
haber vivido mucho tiempo. Si esta vida ha sido sensiblemente humana
y se ha podido adquirir en ella una buena experiencia, estupendo.
Ser antiguo es otra cosa. Consiste en
no haber llegado a desarrollarse del todo como ser humano. No se
trata de no haber llegado a ser ingeniero o cocinero, sino de no
haber alcanzado una madurez humana propia de la época en la que se
vive. Es haberse quedado anclado en otros tiempos, haberse limitado a
usar criterios de épocas muy pasadas y haber renunciado a encontrar
en lo nuevo algo que hiciera crecer nuestra personalidad.
Esto no tiene nada que ver con la
posición social ni con el dinero ni con la instrucción recibida.
Conocí, por ejemplo, a una profesora que decía que el último gran
pensador que hubo fue Tomás de Aquino, que vivió en el siglo XIII.
No era vieja esta mujer, pero sí era muy antigua. (Y sospecho que,
además, era una caradura de campeonato). No querer saber nada de
música moderna, defender sólo la cocina tradicional, vestir
únicamente con chaqueta y corbata (Rajoy nos ha dado un soberbio
ejemplo de antigüedad -y de escasa higiene- estos días paseando en
bicicleta con la corbata atada al cuello) o ser un machista son
formas de ser, entre otras cosas, un antiguo. El antiguo o la antigua
pueden tener los pies en el día de hoy, pero la mente puede que la
tengan en la Edad Media o, incluso, antes.
Espero que haya quedado algo más claro
lo que decía de que se puede ser viejo, pero no antiguo.