Decíamos ayer que la razón, que
aporta argumentos, está en horas bajas y que, en cambio, importan
más, a la hora de conocer y de actuar, otras instancias, como los
sentimientos, las emociones, los deseos o las apetencias.
Recordaba yo esto hace algún tiempo
cuando observaba la reacción más frecuente en nuestra sociedad
cuando se da un lamentable caso de violencia de género.
Afortunadamente sigue habiendo entre nosotros algo de sensibilidad
para condenar estos casos y para situarnos en contra de maltratos,
asesinatos y demás actos inhumanos derivados del machismo que tiñe
las estructuras de nuestra convivencia. Y digo 'algo' de sensibilidad
porque las reacciones suelen ser tibias, nada multitudinarias y como
si a la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas no les afectara
demasiado la cuestión.
Lo que no entiendo es el criterio que
se sigue cuando se juzgan estos actos y cuando se reacciona frente a
ellos. La solidaridad con las víctimas y el lamento público por
estos hechos me parecen muy importantes, pero creo que lo sería aún
más si insistiéramos con fuerza en la condena del machista que
realiza estos actos violentos, que explicáramos a la sociedad por
qué no se debe actuar así, que analizáramos los indicios que
barruntan la existencia de un machista cerca de nosotros y que cada
vez que se emite una sentencia que condene a un machista, se dé a
conocer y se divulgue el nombre del individuo que ha actuado de
manera tan brutal. Me parece que en nuestra manera actual de
reaccionar hay una maniobra muy peligrosa y que, en el fondo, le hace
el juego a los machistas. Se trata de un incomprensible cambio de
protagonismo. Quien verdaderamente causa un acto de violencia de
género, quien debe ser señalado por la sociedad y quien merece que
concentre nuestra repulsa y nuestra crítica es el machista. Él es
el protagonista. Pero, en lugar de esto, se le da absurdamente el
protagonismo a las víctimas, se publican sus nombres, nos lamentamos
por su desgracia, nos solidarizamos con ellas, damos rienda suelta a
nuestros sentimientos de compasión, rabia, miedo o ira y seguimos
dejando sin explicar racionalmente qué es lo que ha ocurrido, qué
cuidados hay que tener con ciertos hombres y qué es lo que puede
mover a estos a actuar como lo hacen. Me imagino a los machistas
contemplando orgullosos el espectáculo, sintiéndose cada vez más
fuertes, porque nadie lucha eficazmente contra ellos y porque todos
desviamos la mirada, y sin entender nada de por qué ni sus
comportamientos ni sus ideas pueden calificarse como humanos.
El resumen de la situación me parece
que es algo así como que lo sentimos mucho, que lloramos mucho la
desgracia, pero que no analizamos nada y que luego nos vamos
olvidando pronto del caso, porque el mundo va a toda velocidad y en
seguida aparece una novedad que nos llama más la atención.
Engrandecemos sentimentalmente a las víctimas y nos centramos en
ellas, con lo que el machista queda a salvo de cualquier crítica.
Pero con mucho sentimiento y con poca racionalidad no creo que
podamos establecer una estrategia eficaz en la lucha contra el
machismo, que es lo que en la realidad está ocurriendo.
Buenas noches.