Alguna vez observo en alguna persona una actitud o algún acto que no me gustan, que me molestan, que me parece que sobran. Entre mis ideas y lo que veo surge entonces una tensión que me produce decepción, contrariedad y sufrimiento. Me parece que la reacción más sensata entonces es aceptar la situación. Si quien ha cometido el acto no es capaz de darse cuenta de lo que ha hecho y reaccionar de manera constructiva, es muy difícil que hoy se pueda dialogar abiertamente y poner el asunto encima de la mesa. De manera que lo más económico es aceptarlo, no intentar ir contra lo que te hace sufrir y seguir adelante. El coste emocional para la relación, por escasa que sea, con esa persona puede ser caro, pero hoy se dicen las palabras con tal seguridad, se necesita tanto tener razón en lo que se dice, que es muy infrecuente que alguien ponga en discusión sus actos o sus actitudes o que noblemente admita la posibilidad de que el otro pueda tener razón. No me suele merecer la pena gastar energías en la discusión.
Es lo mismo que cuando a uno le surge una enfermedad imprevista o le sale algo mal. Es mejor, en lugar de lamentarse y de buscar algún culpable inexistente, aceptarlo, hacerse a la nueva situación y, desde ella, hacer lo que pueda ser más eficaz.
No creo que debamos gastar demasiadas energías en sufrir inútilmente.