El bailarín no improvisa. Ejecuta los
pasos del baile que estaban previstos, los usuales, pero lo puede
hacer mejor o peor, con más o menos arte, con más o menos vida.
Puede lograr comunicarse con los que lo ven o no lograrlo. El
bailarín vive en un continuo riesgo ante la posibilidad de
equivocarse o de que lo que hace no esté bien. Eso convierte al
bailarín en un creador, en un artista, en un ser que lucha en la
inseguridad, pero con las armas de la sabiduría. Estar vivo es ser
un bailarín. Que bailes bien hoy. Buenos días.