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jueves, 28 de noviembre de 2013

Buenas noches. Ana María Valderrama



Anoche estuve escuchando tocar el violín a Ana María Valderrama. El currículum de esta violinista, que ya se puede incluir con claridad en el mundo de las primeras figuras, se escribe con letras muy brillantes, entre las que sobresale el ser ganadora del primer premio -la primera española que lo consigue- y del premio especial del público en la XI edición del Concurso Internacional de violín Pablo Sarasate, celebrado en 2011.

Oír y ver tocar el violín a Ana María Valderrama es emocionante. Por muy poca sensibilidad que uno tenga, detecta enseguida una corriente de arte que sale de la mente de esta mujer, pasa por sus manos y por todo su cuerpo y sale de él para llenar el escenario, el auditorio y la mente del que la escucha. Seguramente esté dotada de un talento enorme y peculiar, ciertamente trabaja una enormidad -que el talento sin trabajo sirve de poco-, pero lo que se observa es que la capacidad técnica y expresiva de esta violinista es excepcional.

No se corta al ponerse un vestido de color rojo escarlata, que destaca con poderío sobre el negro de los trajes de los músicos, y que da una sensación estética preciosa sobre el escenario. Sale muy concentrada, muy seria, como sabiendo que la vida de un músico honesto se materializa en el tiempo sagrado y sublime que dura un concierto. Desde que la primera nota sale de su violín ya sabe el espectador que allí va a ocurrir algo distinto. El arte no se fabrica, sino que se crea. No se reproduce, sino que aparece cuando se dan las condiciones. El arte hace que nos instalemos en un mundo, tan real como éste en el que estamos, pero en el que el misterio -la mayor parte de las veces vestido de belleza- hace su entrada triunfal y nos sobrecoge, nos emociona, se apodera de nosotros, domina nuestros pensamientos hasta hacer que los olvidemos, hace que broten lágrimas de nuestros ojos y que creamos durante un rato que hay algo más, distinto y por encima de lo habitual.

Esto es lo que ocurrió anoche en cuanto Ana María Valderrama salió al escenario del Auditorio Nacional de Música de Madrid, acompañada por la Orquesta de la Comunidad de Madrid dirigida por Michal Nesterowicz. Ella parece que toca el violín con todo el cuerpo, especialmente con su mente. La belleza del Concierto para violín y orquesta en Re mayor, Op. 35, de Tchaikovski, se unió con la sabiduría interpretativa y expresiva de la violinista para producir un tiempo mágico, sobrecogedor, de una intensidad emocional enorme. Al final del primer movimiento ocurrió lo que no debe ocurrir, que el público aplauda antes de que acabe todo el concierto. Pero el público aplaudió. Aplaudimos casi todos. Yo creo que necesitábamos echar fuera todo el gozo interior y toda la emoción que habíamos acumulado durante veinte minutos. Y es que el hilo que une siempre al creador de la partitura, que pasa por los intérpretes y llega al espectador atento fue ayer un hilo de oro.

El concierto de Tchaikovski fue precedido por una obra breve, del compositor español David del Puerto, titulada Cap de Quers, y concluyó con la bella y majestuosa Sinfonía nº 5 en Re mayor de Ralph Vaughan Williams.

Me vas a permitir, amable lector o lectora de este texto, que cuente aquí lo que pensé en el descanso del concierto, aunque con ello me introduzca en mundos bastante más prosaicos. Al contacto con tanta belleza, tanta sensibilidad, tanta emoción y tanto disfrute, yo me sentía poseído por el arte creativo de la música, por el mundo de la cultura. Y pensé, claro, en los responsables de la cultura en nuestro país. Me convencí enseguida de que estos señores y señoras de cultura no saben nada, que estas creaciones humanas y humanizadoras les resbalan por sus mentes, las recortan y las dejan atrás porque no les producen dinero. Ni les interesa la cultura ni tienen el menor interés en que la cultura le llegue a los ciudadanos. Lamentablemente en nuestro país la cultura está en manos de incultos sin sensibilidad capaces de destrozar la humanidad para conseguir unas monedas. Cada vez estoy más convencido de que las dos Españas, que nunca se fusionaron, están volviendo a emerger separadas no por creencias políticas o religiosas, sino por la cultura y el dinero. Menos mal que quedaba la segunda parte.

Te dejo aquí la interpretación que de este mismo concierto hizo Ana María Valderrama cuando participó en el Concurso Pablo Sarasatre. Buenas noches.


lunes, 8 de octubre de 2012

Música




El de ayer fue un día muy agradable, en el que destacó con fuerza propia la música que escuché con un placer intenso y poco habitual. A pesar de que buena parte del centro de Madrid estaba cortado por una fiesta de la bicicleta, que desconocíamos que se celebrara en ese momento, pudimos llegar a la Fundación Juan March a tiempo de encontrar sitio en su Salón de Actos. Tenía lugar allí un recital de violín y piano a cargo, respectivamente, de Ana María Valderrama y de Luis del Valle. En el programa, obras de Debussy, Sarasate, Grieg y Saint-Saëns.

Ana María Valderrama ha ganado no hace mucho el Primer Premio y el Premio Especial del Público en el XI Concurso Internacional de Violín Pablo Sarasate y su programa de conciertos incluye Inglaterra, Alemania, Francia, Portugal, Rusia, Mexico y Colombia. Luis del Valle, por su parte, junto con su hermano Víctor, ganó el prestigioso ARD International Music Competition de Munich, en 2005, y tiene igualmente previstos conciertos en varias ciudades españolas y europeas.

El programa invitaba a la expresión lírica y al lucimiento, sobre todo, de la violinista. No voy a exponer aquí si, desde el punto de vista puramente musical, los intérpretes consiguieron sus objetivos, pero si quiero reseñar el síntoma de que al final del concierto varios ojos estaban húmedos, algunas voces estaban entrecortadas y una suave sonrisa se había instalado en muchos rostros. Sin duda que llegaron a establecer una comunicación profunda y emotiva con los espectadores.

Lo que vi ayer fue a un pianista lleno de sabiduría, de sensibilidad y de delicadeza junto a una violinista que me parece que tiene una mente prodigiosa, de la que sale una energía que pasa por su corazón y aparece por sus manos para sacarle al violín y a cada frase musical todos los secretos que pueda tener escondidos. El tópico es decir que tocan como los ángeles, que la música es cosa de los dioses o expresiones parecidas que terminan quitando valor a los propios músicos. A mí me pareció que lo de ayer era el fruto de muchas horas de trabajo, de estudio, de sacrificio, de ensayo, de constancia, de mucho talento y del dominio de la técnica necesaria para obtener un producto de calidad. En el escenario ayer había mucho mérito, pero también, y sobre todo, había música.

La música es mucho más que un conjunto de sonidos. La música es la recreación por el artista de una idea del compositor. Frente a las carencias, las frustraciones, las derrotas, las imperfecciones y las imposibilidades del mundo cotidiano, la música representa lo hecho, lo terminado, la idea convertida en realidad de un proyecto determinado en el que hay estructura, emoción, belleza, principio, fin y desarrollo. La música es un objeto creado con sentido por el compositor, que necesita siempre ser recreado por el artista. Pero, además de crear unos determinados sonidos, la música es capaz de crear también el estado mental del receptor de tales sonidos. En esto quizá la música supere al resto de las artes, en que tiene un enorme poder para penetrar en la mente del espectador, adueñarse de ella y ser capaz de trastocarle sus esquemas, obligándole a olvidar lo que le persigue y a sumergirse en sugerencias nuevas, en emociones vivas, en mundos muy distintos a los que le dominaban antes del concierto.

Esto fue lo que Ana María Valderrama y Luis del Valle lograron ayer en la Fundación Juan March. Un silencio ocupado sólo por la música, por el arte creativo de estos dos grandes y por las vivencias sin remedio que arrastraban a los espectadores, llenó el espacio. Las emociones, los ojos húmedos, los aplausos, el sobrecogimiento, el mundo nuevo que entraba por los oídos ocuparon ayer la sala de conciertos. Una amiga a la que encontré allí me resumió lo que le habían parecido los intérpretes: “Al pianista ya lo conocía y es muy bueno, pero la violinista es magnífica”. Fue un espléndido día.


domingo, 9 de septiembre de 2012