Todos necesitamos los abrazos. Darlos y
recibirlos. Sentir que nuestro cuerpo, o sea, nosotros mismos, somos
acogidos por el cuerpo receptivo de otra persona. Notar que sus
brazos nos rodean y nos aprietan hacia su propio cuerpo. Darnos
cuenta de que a través de su cuerpo nos habla toda la persona que
nos abraza. Advertir que sus manos nos están elaborando
un discurso que no necesitamos escuchar, porque lo comprendemos. Y, a
la vez, acoger nosotros a esa persona que nos ama con sus brazos y
con su cuerpo, y que nosotros la amamos al compás del amor que
recibimos. El abrazo es un juego de cuerpos, de brazos y de manos que
se entrecruzan en el pequeño espacio que ocupan, dentro del inmenso
mar del cariño y de la generosidad. Todos necesitamos los abrazos.
Por eso hay que abrazar a todos. Tragarse el cariño o no mirar a
quien lo necesita nunca han sido buenos síntomas de una buena
vida humana.
Buenas noches.