Un ser humano que quiera vivir
humanamente debe actuar siempre como si lo que hace fuera el modelo
que propone a los demás para que puedan asumirlo. Sus actos deben
ser siempre los que, a su juicio, sean los mejores posibles. Lo que
hace un ser humano debe ser la expresión de sus mejores valores: la
racionalidad en el planteamiento y en la solución, la generosidad
con uno mismo y con los demás, la previsión de las consecuencias de
sus actos. Si todos actuásemos con estos criterios, estoy seguro de
que el mundo sería un mundo mejor.
Pongo un ejemplo. Suelo salir a pasear
por las mañanas (algo que, como todo, a veces es una gozada y otras,
una cruz). Voy a buen ritmo, pensando que el corazón debe de estar
disfrutando de lo lindo y de que estoy quemando calorías a
toneladas, hasta que se pone delante un semáforo en rojo que me
obliga a cortar el avance y a parar. Me planteo: ¿me lo salto o no
me lo salto? En los días de fiesta, a las horas a las que voy, que
casi no hay tráfico ni tampoco personas por la calle, el asunto me
lo tomo con más manga ancha; pero el resto de días, no. Si hay
niños por allí, o personas mayores, o algún desocupado con pinta
de hacer lo que le da la gana, me paro, pulso el botón y espero que
se ponga verde para pasar. Y lo hago porque sé que mis actos tienen
consecuencias para los demás, que pueden contribuir a acostumbrar,
aunque sea a una sola persona, a actuar cumpliendo las normas. Lo
razonable, lo humano, es vivir en sociedad cumpliendo normas que
hagan más llevadera la vida social.
Y, sobre todo, actuando de esta manera
da uno de sí lo mejor que tiene y hace de los pequeños y de los
grandes actos de su vida un modelo que quien lo contemple pueda
seguir.
Cuando vayas por la calle, cuando veas
la televisión, cuando observes cómo actúa una persona, no dudes de
que lo hace creyendo que es lo mejor que puede hacer. Y, de paso,
obsérvate tú también. ¿Puede ser lo que haces un ejemplo, un
modelo para los demás?