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viernes, 14 de noviembre de 2014

Lo que veo cuando miro. El Séptimo de Caballería




A más de un estúpido le ponen una bicicleta entre las piernas y se cree que es el jefe del Séptimo de Caballería persiguiendo a los indios antes de que se escapen. 

Buenas tardes.

lunes, 23 de junio de 2014

Buenas noches. De paseo



Como siempre que puedo y no hay ninguna obra que me lo impida, hoy he salido a andar, a poner el cuerpo en ejercicio para que no se aburra de estar siempre en la misma postura y para que gaste energía.

Primero, me llamaron la atención dos mujeres que vi casi seguidas, una a pocos metros de la otra. La primera de ellas era alta, delgada, vestida con una camiseta de tirantes y unos pantalones negros, de mediana edad. Me fijé en ella desde lejos, porque había algo en sus movimientos que no me resultaba habitual. Noté que eran sus brazos, concretamente el movimiento de sus brazos. Era como si le pesaran y mostraban una cadencia y una sensación de relajación que chocó un poco con el estado en el que yo iba mientras andaba. Me dio que pensar y me di cuenta de lo conveniente que es intentar controlar nuestra reacción ante lo que pueda ocurrir. No ganamos nada adelantando posibles acontecimientos, estando tensos o pensando en lo peor. Vale más procurar relajarse, respirar hondo y vivir el presente de la forma menos enervada posible. Creo que es muy importante no perder el control sobre nosotros mismos. La relajación que mostraban los brazos de aquella mujer deberían ser un símbolo del estado de nuestro ánimo.

Casi a continuación, en una mañana calurosa que invitaba a quitarse de encima la mayor cantidad de ropa posible -o toda-, me crucé con una mujer de apariencia musulmana, cubierta con un pañuelo que le dejaba ver sólo la cara, y vestida con unos pantalones y una especie de abrigo que le llegaba hasta los pies. Era como las vírgenes de las iglesias católicas, a las que sólo se les ve la cara y las manos, aunque sin corona. Pensé que, en su situación cultural, Alá -un hombre-, a través del profeta Mahoma -otro hombre- y por medio de su imam -otro hombre- o de su esposo -otro hombre- le habían hecho sentirse obligada a ir vestida de esa manera tan poco higiénica y tan poco racional. No hubiese sido raro verla acompañada de un hombre con un atuendo mucho más fresco. Mientras las mujeres, por ser mujeres, tengan que cumplir órdenes masculinas, poca justicia habrá en el mundo. Me dio pena aquel ser humano en el que se detectaban tan pocos detalles racionales.

Luego, ya de vuelta, pasé junto a un carril bici que ocupaba casi toda la acera. Una señal indicaba que la velocidad máxima debía ser de 20 km/h. Sin embargo, dos ciclistas me adelantaron circulando por él con una rapidez endiablada. Iban echando una carrera entre ellos, sin importarles demasiado, al parecer, las personas que andábamos por allí. Esta mentalidad neoliberal, que la derecha nos está metiendo en las costumbres y que fomenta que cada cual haga lo que le dé la gana sin tener en cuenta a nadie, va a costar mucho erradicarla. A ver quién convence a estos alcaldes, que sólo miran a los ricos, de que a la población hay que cuidarla y educarla y que no se pueden permitir caprichitos de descerebrados por las calles.

Diez kilómetros, con la excusa de ir a comprar fruta a un sitio que estaba más allá de la gran puñeta. Buenas noches.

lunes, 10 de junio de 2013

Buenas noches. Sensibilidad 2





Una manera eficaz de adquirir y de mantener un buen nivel de sensibilidad es la de adoptar la costumbre de ponerse en el lugar del otro, lo que se denomina tener empatía. Digo acostumbrarse porque mucho de lo que somos se debe a nuestras costumbres y porque por hacer algo una vez no podemos afirmar que eso pertenezca a nuestra forma de ser. Poniéndonos en el lugar del otro, podremos anticipar cómo se podrá sentir la otra persona cuando hagamos lo que queremos hacer, lo cual debe ser un criterio a tener en cuenta para decidir nuestra acción.

Además de esta empatía, creo que convendría que nos preguntáramos qué pasaría si todos quisieran hacer lo mismo que nosotros queremos hacer. Por ejemplo, ayer bajaba yo andando por la acera de la Cuesta de San Vicente, en Madrid, la que va desde la Plaza de España a la estación de Príncipe Pío. Al mismo tiempo lo hacían cuatro ciclistas, también por la acera y a la velocidad que la gravedad les empujaba a hacerlo, o sea, a toda pastilla. Si yo me hubiese desviado un poco de mi trayectoria recta de bajada, me hubiesen atropellado. Ni siquiera iban en fila, sino por donde sus veloces neuronas les indicaban, es decir, por donde les daba la gana. No hacían ningún ruido, con lo que no se les oía. Simplemente, mirabas hacia la acera de enfrente y te salía de detrás un individuo montado en un velocípedo que daba la impresión de que tenía prisa por llegar a su ansiado destino. La pregunta es ¿qué le pasaría a un peatón si a todos los demás les diera por bajar en bicicleta a toda velocidad por la acera de la Cuesta de San Vicente? ¿Sobreviviría?

La conclusión me parece clara. Si lo que yo quiero hacer no lo deberían poder hacer todos los demás, entonces yo no debo hacerlo.

Creo que pensar en estas cosas y con estos criterios nos hace más cuidadosos y más sensibles.

Lo que sí podemos hacer todos es querernos. No dejes pasar esta noche sin derrochar cariño. La nube se está formando ya. Buenas noches.

martes, 2 de octubre de 2012

La bicicleta.



Una antigua alumna, Loli, muy buena alumna, se acuerda todavía de cuando en clase de una asignatura preciosa e interesantísima, Ciencia, Tecnología y Sociedad, estudiábamos la historia de la bicicleta. La idea era ver cómo la ciencia no siempre avanza por intentar ser más eficaz o por perfeccionar la técnica, sino porque la sociedad pide unas cosas y no otras y la ciencia, si está para lo que tiene que estar, intenta solucionar estas demandas sociales.

Era una asignatura que abría mucho la mente para entender lo que ocurría en la sociedad. Creo que ningún miembro de este Gobierno del PP la cursó.