Como siempre que puedo y no hay ninguna
obra que me lo impida, hoy he salido a andar, a poner el cuerpo en
ejercicio para que no se aburra de estar siempre en la misma postura
y para que gaste energía.
Primero, me llamaron la atención dos
mujeres que vi casi seguidas, una a pocos metros de la otra. La
primera de ellas era alta, delgada, vestida con una camiseta de
tirantes y unos pantalones negros, de mediana edad. Me fijé en ella
desde lejos, porque había algo en sus movimientos que no me
resultaba habitual. Noté que eran sus brazos, concretamente el
movimiento de sus brazos. Era como si le pesaran y mostraban una
cadencia y una sensación de relajación que chocó un poco con el
estado en el que yo iba mientras andaba. Me dio que pensar y me di
cuenta de lo conveniente que es intentar controlar nuestra reacción
ante lo que pueda ocurrir. No ganamos nada adelantando posibles
acontecimientos, estando tensos o pensando en lo peor. Vale más
procurar relajarse, respirar hondo y vivir el presente de la forma
menos enervada posible. Creo que es muy importante no perder el
control sobre nosotros mismos. La relajación que mostraban los
brazos de aquella mujer deberían ser un símbolo del estado de
nuestro ánimo.
Casi a continuación, en una mañana
calurosa que invitaba a quitarse de encima la mayor cantidad de ropa
posible -o toda-, me crucé con una mujer de apariencia musulmana,
cubierta con un pañuelo que le dejaba ver sólo la cara, y vestida
con unos pantalones y una especie de abrigo que le llegaba hasta los
pies. Era como las vírgenes de las iglesias católicas, a las que
sólo se les ve la cara y las manos, aunque sin corona. Pensé que,
en su situación cultural, Alá -un hombre-, a través del profeta
Mahoma -otro hombre- y por medio de su imam -otro hombre- o de su
esposo -otro hombre- le habían hecho sentirse obligada a ir vestida
de esa manera tan poco higiénica y tan poco racional. No hubiese
sido raro verla acompañada de un hombre con un atuendo mucho más
fresco. Mientras las mujeres, por ser mujeres, tengan que cumplir
órdenes masculinas, poca justicia habrá en el mundo. Me dio pena
aquel ser humano en el que se detectaban tan pocos detalles
racionales.
Luego, ya de vuelta, pasé junto a un
carril bici que ocupaba casi toda la acera. Una señal indicaba que
la velocidad máxima debía ser de 20 km/h. Sin embargo, dos
ciclistas me adelantaron circulando por él con una rapidez
endiablada. Iban echando una carrera entre ellos, sin importarles
demasiado, al parecer, las personas que andábamos por allí. Esta
mentalidad neoliberal, que la derecha nos está metiendo en las
costumbres y que fomenta que cada cual haga lo que le dé la gana sin
tener en cuenta a nadie, va a costar mucho erradicarla. A ver quién
convence a estos alcaldes, que sólo miran a los ricos, de que a la
población hay que cuidarla y educarla y que no se pueden permitir
caprichitos de descerebrados por las calles.
Diez kilómetros, con la excusa de ir a
comprar fruta a un sitio que estaba más allá de la gran puñeta.
Buenas noches.