Este texto que entresaco aquí me parece muy interesante no sólo para conocer algo que quizás no conocíamos, sino para que pensemos en algo tan cotidiano como lo que nos resulta atractivo y lo que deseamos.
Leemos en las páginas 168-169 del libro de Irene Vallejo lo siguiente:
“Safo escribió: «Dicen algunos que nada es más hermoso sobre la negra tierra que un escuadrón de jinetes, o de infantes o de naves. Pero yo digo que lo más bello es la persona amada». Estas palabras sencillas esconden una revolución mental. Cuando se escribieron, en el siglo VI a.C., rompieron los esquemas tradicionales. En un mundo profundamente autoritario, el poema sorprende porque contiene múltiples perspectivas, e incluso parece celebrar la libertad del desacuerdo. Además, se atreve a cuestionar aquello que la mayoría admira: los desfiles, los ejércitos, el despliegue y el alarde de poder. Seguramente Safo habría cantado lo mismo que Georges Brassens sobre su mala reputación: «Cuando la fiesta nacional / yo me quedo en la cama igual, / que la música militar / nunca me supo levantar». Frente a las aburridas exhibiciones de músculo guerrero, ella prefería sentir y evocar el deseo. «Lo más bello es lo que cada uno ama». Inesperado, este verso afirma que la belleza está primero en la mirada del amante; que no deseamos a quien nos parece atractivo, sino que nos parece atractivo porque lo deseamos. Según Safo, quien ama crea la belleza; no se rinde a ella como suele pensar la gente. Desear es un acto creativo, al igual que escribir versos. Favorecida con el don de la música, la menuda y fea Safo podía ataviar con sus pasiones el minúsculo mundo que la rodeaba, y embellecerlo”.
Me parece un buen texto para pensarlo con calma. Por una parte, la belleza no está ahí fuera, sino que está en nuestra mirada. Los cánones, las modas y los estereotipos no son más que mentiras diseñadas para manejar a quienes tienen débil la mirada. Y por otra, está el poder del deseo. No deseamos lo que nos atrae, sino que algo nos atrae porque lo deseamos. Nos ocurre con las personas y -quizás aquí se vea más claro- con las cosas: no deseamos el dinero porque nos resulte atractivo, sino al revés, nos resulta atractivo porque lo deseamos.