Sin darnos cuenta, de la misma manera
que llega la noche o que los años se apoderan de nosotros, nos
estamos dejando dominar por la sorpresa. La vida, los días, se están
convirtiendo en una sucesión de sorpresas, una tras otra, como un
desfile interminable de novedades insospechadas. El Papa nos da
sorpresas, el PP nos da varias sorpresas al día, la salud nos da
sorpresas, la realidad nos da sorpresas que dejan en mantillas la
ficción. Y la tentación es que nos centremos en ese ramo envenenado
que forman las sorpresas de la realidad y las sorpresas de la
televisión y nos olvidemos de nosotros mismos. Las sorpresas son una
desviación, un divertimento que nos aleja de nuestra propia vida, de
lo que yo he venido a hacer en el mundo. Son necesarios los
divertimentos, pero como momentos secundarios tras los que debemos
volver a nuestro mundo, a nuestra propia vida. Lo más destructivo
que podemos encontrarnos hoy en la vida es la sorpresa, la continua
sorpresa.
Ahora, en la noche, cuando ya todo se
acabe y empiece el momento de descansar, deberíamos olvidarnos de
las sorpresas y volver a lo conveniente, a una de las pocas rutinas
útiles en la vida. Relajar el cuerpo bajando los hombres y notando
el peso de cada una de sus partes. Relajar la mente recordando sólo
lo positivo, lo agradable que haya tenido el día. Y dormir en el
amor que se irradia hacia las personas que queremos, esas que nos
ayudan a vivir y con las que gozamos la alegría de estar en el
mundo. Mañana el nuevo día será una sorpresa, seguramente
agradable, pero eso será mañana. Buenas noches.