Estuvimos a punto el jueves pasado de ir a la inauguración de la exposición de Darío Villalba, en la Galería Marlborough. Luego, el tiempo, que es lo más breve que hay en la vida, no dio de sí y no fuimos.
Ayer, Juan Cruz, en su blog, hablaba del acto y de esa pintura y dejaba caer una frase muy certera, según me parece a mí:
... el resultado [de su pintura] es esencial, sobrio e inquietante: es un
retrato de la soledad, de la alegría y de la angustia, que son los elementos
básicos de la vida contemporánea y de la vida de siempre.
Soledad, alegría y angustia. Son características de la madurez humana, de la toma de conciencia de lo que significa ser persona en el mundo. Habría, quizás, que explicarlo un poco, porque la soledad creo que se refiere a una soledad radical, que cristaliza en el nacimiento y en la muerte, pero que se vive también a la hora de elegir, de decidir, de prescindir y de vivir tantas situaciones. Y la angustia, que no hay que confundir con nerviosismo ni con tristeza, sino con la presencia constante de la idea de la muerte en la vida. Una angustia que no debe ser paralizante, sino fructífera: sólo si eres consciente de que te vas a morir tendrás urgencia por vivir y por sacarle partido a cada minuto de la vida. Porque vivir no es pasar por aquí sin darte cuenta de lo que haces, sino intentar ser consciente y disfrutar de todas y cada una de las pequeñas cosas que haces, mandando así cada minuto a tomar vientos a la muerte. Disfrutar escribiendo este post. Disfrutar recibiendo un post de un amigo o de una amiga o de alguien a quien no conoces de nada. Disfrutar con un beso. Disfrutar haciendo deporte. Disfrutar porque hay un poso de angustia que te dice que te vas a morir y que tienes que espabilarte. Y queda la alegría, claro. Lo más gratificante de todo.
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