Alguien debería decirle a los
ciudadanos que los semáforos no están en la ciudad de adorno, sino
para hacerles caso y poder andar seguros por la calle. Las carencias
éticas cada vez más grandes se notan mucho en estos pequeños
detalles. Hay quienes se consideran tan listos que creen que no
tienen por qué cumplir normas, que ellos saben siempre lo que tienen
que hacer y que nadie tiene que poner freno a sus deseos. Estas
personas son ciudadanos porque viven en la ciudad, pero no porque
sean seres humanos que, junto con los demás y con las normas que
favorecen la convivencia de todos, formen parte de lo que debería
ser una ciudad. Y me refiero tanto a los viandantes de todas las
edades, que cruzan la calle cuando les da la gana, como a los
conductores, para los que los semáforos parecen palos tontos ante su
portentoso talento y su irrefrenable iniciativa.