La Ilustración proponía la autonomía
del ser racional, esto es, que éste fuera capaz de darse a sí
mismo, mediante la razón, sus propias normas, sin tener que obedecer
a ninguna instancia exterior. El ser humano político, que tiene que
obedecer las consignas de su partido, es un prototipo de ser no
autónomo. El ser humano religioso lo es más aún, puesto que la
fuente de su obediencia tiene carácter absoluto y vive, además, con
la constante amenaza de una condena eterna si la desobedece. Pero el
ser no autónomo más lamentable de todos, el que se aleja más de la
racionalidad humana y se acerca más a la vida puramente animal es el
que se da a sí mismo sus normas basándose exclusivamente en sus
apetitos, sin que se le ocurra siquiera pasar levemente por la razón
sus decisiones.