Hoy les daré las buenas noches a mis
amigos y amigas y a quien quiera leer mis palabras hablando de la
belleza del culo.
El tema me ha hecho recordar lo que el
antropólogo Desmond Morris escribiera en su magnífico libro
La mujer desnuda, en donde hace un estudio antropológico y
cultural de cada una de las partes de anatomía de la mujer, de la
misma manera que lo hizo con el del hombre en otro de sus libros, El
hombre desnudo. La cita que pongo a continuación creo que les
podría venir muy bien a los exorcistas convocados por el
emimentísimo Rouco, en su cruzada por efectuar escraches sanadores
ante los lugares en los que habita el demonio, posiblemente con el
fin de sacarlo de su escondite elegido y liberarlo en la sociedad,
aunque con el subsiguiente riesgo, quizás impensado, de que en lugar
de hacer un daño individual, lo haga colectivo. Es algo que les
sugiero, por si puede serles útil en su dificultosa y trascendental
actividad.
Habla Morris del carácter
exclusivamente humano de las nalgas, tan diferentes de las que pueden
encontrarse en cualquier otro animal. En la página 261 de su libro,
añade:
“Esta visión
primitiva de las nalgas como exquisitamente humanas dio origen a una
noción posterior. Se alegaba que si las nalgas redondeadas eran lo
que distinguía a los seres humanos de las bestias, los monstruos de
la oscuridad debían de carecer de este rango anatómico particular.
Así fue como el Diablo obtuvo la duradera reputación de que no
tiene nalgas. Los primeros europeos estaban completamente convencidos
de que el Diablo, aunque podía asumir forma humana, nunca podía
completar su transformación porque, por más que lo intentase, nunca
conseguiría que le crecieran las redondeadas nalgas humanas. Esta,
la característica más exclusiva y gloriosamente humana, estaba más
allá incluso de sus poderes diabólicos.
Se creía que esta
debilidad era una fuente de gran angustia para el Diablo y
proporcionaba una oportunidad de oro para atormentarle. Para
exacerbar su envidia, bastaba con enseñarle las nalgas desnudas.
Como eso le recordaba su deficiencia, la súbita exhibición lo
obligaría a mirar hacia otro lado, apartando así su funesta mirada.
Esto protegía al humano que exhibía las nalgas del tan temido “mal
de ojo” y llegó a utilizarse ampliamente como un valioso recurso
para repeler las fuerzas del mal.
Esta forma tan
especial de exhibir las nalgas no se consideraba vulgar ni depravada.
Las primeras fortificaciones e iglesias a menudo mostraban esculturas
de mujeres haciendo alarde de sus redondeadas nalgas para ahuyentar a
los espíritus malignos, con los traseros descubiertos mirando hacia
fuera desde las entradas principales. En la Alemania de aquella
época, si había una tormenta especialmente terrible por la noche,
las mujeres mostraban sus nalgas por la puerta delantera con la
esperanza de protegerse de los poderes del mal y evitar una muerte
turbulenta.”
Espero que estas sabias palabras sirvan
a la noble cruzada exorcista y también para que no nos sorprendamos
si en alguna ocasión observamos a algún ciudadano o ciudadana
enseñando sus nalgas de manera ostentosa. Seguramente estará
actuando en legítima defensa.