Antes de que fuera plasma, Rajoy tenía
rostro y hablaba. Bramaba, más bien. Se alió con esa parte de
España que piensa odiando y se defiende atacando por sistema. Esta
derecha silvestre que encabeza Rajoy y que confunde los valores
humanos con el dinero y el poder, sabe que ser de derechas es
bastante fácil. Si te dejas llevar por tus impulsos más primarios,
si te desligas de lo colectivo y si no ves más que tus propios
intereses, tus ganas de tener dinero y tus delirios de grandeza,
enseguida eres de derechas. Pero si, venciendo tu individualismo, se
te ocurre pensar en que el mundo es de todos, que los derechos son de
todos y que no deben existir los privilegios, si te pones a criticar
tus deseos individuales y los intentas compaginar con los colectivos,
entonces empiezas a ser de izquierdas. Ese paso que nos lleva a que
lo de todos sea más importante que lo mío es lo que hace que la
derecha odie a la izquierda, porque lo vive como un ataque personal,
y hace que ni siquiera se digne reflexionar sobre lo colectivo,
porque lo único que desea ver es lo suyo. “¿Y qué hay de lo
mío?” van pensando siempre. Por esto el discurso bravucón,
faltón, descarado, cotidiano e hiriente, pero mentiroso, interesado,
falso e irrespetuoso de Rajoy durante ocho años caló entre unas
gentes que no veían más que su propio problema y que en su
rudimentario y simplón razonamiento creían que era verdad que la
crisis la había generado Zapatero y que Zapatero y su partido eran
los responsables de todo lo que estaba pasando. Decirles que España
es España, pero también un país de la Unión Europea, y que una
crisis de esta magnitud no la genera un político ni se puede
arreglar en dos tardes era demasiado. Se creyeron fácilmente, en
cambio, lo que les decía el mentiroso, sin saber lo que realmente
defendía con ello. No se dieron cuenta de que al mentiroso el
ciudadano le importa un comino, que lo que quiere es cambiar la
sociedad a costa de los españoles -nunca los llama ciudadanos,
porque cree que no deben tener demasiados derechos-, para que cuando
amaine el chaparrón los negocios de los suyos puedan ser más
rentables. Esta gente que le dio el voto a Rajoy, sin darse cuenta de
que así se suicidaban, ahora siguen odiando y meditan si darle el
voto en la próxima ocasión al grupo del inefable Tony Cantó o
quedarse en casa, sin saber que en realidad eso puede representar otra forma de suicidio.
La izquierda, por su parte, se ha quedado sin discurso, de la misma
forma que la política ha perdido el poder en brazos de la economía
o, mejor dicho, de los ricos. Al menos, podría restaurar los
derechos sociales tan pisoteados por estos incultos ahora en el
poder, pero las cosas están demasiado confusas y oscuras, y el
sufrimiento de tantas personas cualquiera sabe por dónde va a salir.
De momento, vamos a peor, estamos en manos de unos ineptos
impresentables y la diosa Merkel se aprovecha de la ignorancia y de
la terquedad de estos políticos del PP, creadores de ruina y
destructores de toda humanidad.