Tenía el cielo a su lado, pero no lo veía porque no lo miraba. En realidad, no era capaz de mirarlo. El infierno de la obsesión, del fanatismo, de la fijación, de la imposibilidad de apoyarse en sí mismo y, a la vez, la necesidad de identificarse con los posibles éxitos ajenos le impedía gozar con lo que seguramente le podría proporcionar verdadero placer. No tenía más que cerrar los ojos para no ver lo que veía y alargar la mano, para encontrar algo distinto de aquello que era lo único que observaba desde hacía tanto tiempo. Pero no podía ser. Su debilidad humana se lo impedía.