El capítulo de “El espejo de nuestras penas”, de Pierre Lemaitre, que acabo de leer se desarrolla en una prisión, en plena segunda Guerra Mundial. El gobierno francés ha decidido trasladar a los internos, una mezcla de delincuentes comunes y de lo que llamaban “comunistas” y enemigos de Francia, a otro penal más alejado de París. Los reclusos son sacados con toda urgencia de sus celdas sin decirles nada de a dónde van. No saben si los van a trasladar a otra prisión o si los van a fusilar. La angustia les domina. Están asustados y temblorosos. Como único intento de convencerlos, reciben algún que otro culatazo en alguna parte de su cuerpo. Los meten en un autobús con las ventanas pintadas de azul oscuro, para que no sepan a dónde van, y sin comida, sin bebida, sin poder ir al baño, sin información y sin poder hablar ni mirar hacia los compañeros, los tienen viajando durante seis horas, que luego serán más.
Pongámonos en la piel de uno cualquiera de estos presos. Las condiciones de la prisión las podemos imaginar: miserables, sucias y repulsivas. El trato, inmisericorde. Los derechos humanos ni se conocen. Y ni una sola caricia, ni una sola muestra de cariño, ni un pequeño detalle que hable de un mundo agradable, sano, mínimamente alegre.
Salvando las distancias, con la irrupción del Covid en el mundo, muchas personas -unas más y otras menos- están hoy así. Piensa en quienes viven solos, en quienes recibían el cariño de amigos, de vecinos, de no convivientes, y ahora, a lo sumo, sienten un codazo. La sequedad afectiva a la que nos somete el virus nos está afectando psicológicamente, y no sé hasta qué punto.
Recuerdo que cuando un conocido ultraderechista echó de su restaurante del centro de Madrid a una pareja de mujeres que se estaban besando, porque no le daba la gana de que eso se hiciera en su local, se organizaron besadas en la puerta durante varias semanas en protesta por tan estúpida y discriminatoria decisión. Cuando esto acabe, que supongo que acabará, deberíamos celebrar besadas, abrazadas y acariciadas para compensar esta abstinencia, que espero que no imprima carácter.