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martes, 5 de abril de 2011

Arquitectura Humama. Colección de primavera y verano




El pasado 31 de marzo tuvo lugar la presentación de la nueva colección de primavera y verano de la firma ARQUITECTURA HUMANA en su sede de la calle Gravina, 25, en Madrid. Mencía González-Barros, la diseñadora de la marca, dio a conocer las nuevas creaciones basadas en su estilo habitual de líneas simples y diseños limpios y elegantes. Destacan en la colección los modelos amplios, con calculados pliegues rectilíneos realizados con la misma tela, que dotan a la prenda de una sobria elegancia. Los tejidos empleados son sedas y algodones y los colores son cálidos, sobresaliendo los blancos, cremas, rosas y un verde mar creado por la propia diseñadora.





lunes, 8 de noviembre de 2010

Costureras

De chico mi madre me decía de vez en cuando: “Anda, vamos a la costurera”. La costurera se llamaba Ana, creo que Ana Cruceira. La recuerdo, no sé si bien, como una señora gruesa y con algún problema de movilidad, posiblemente fuera alguna cojera o alguna anomalía en los pies. Vivía en un patio de vecinos junto al refino –nombre que se daba allí a una mercería- que tenía mi abuelo en la calle Real, frente al bar El Deán y a la tienda de ultramarinos La primera de la Isla. El patio de vecinos era un corredor al aire libre que tenía habitaciones a ambos lados, en las que vivían familias que ocupaban 1, 2 o 3 de ellas. Las paredes exteriores eran blancas, blanquísimas, y tenían colgadas macetas con flores de colores vivos.

Ana, la costurera, era ya mayor. Tenía la voz un tanto ronca y, según decía mi madre, cosía muy bien. Coser bien quería decir que hacía bien vestidos por encargo y a medida. Recuerdo que los modelos los elegía mi madre de entre los que aparecían en unas revistas que Ana tenía en su taller y sobre los que se podía hacer alguna ligera variante. Había, luego, que ir una o dos veces a hacer pruebas antes de que el vestido quedara listo y mi madre se lo pudiera llevar. Tengo un recuerdo difuso de que Ana llegó a hacerme a mí algún pantalón corto, aunque no sé a ciencia cierta si esto fue así.

El caso es que no me podía yo imaginar que, después de muchos años (¡qué barbaridad de años!), iba yo a volver a una costurera para que le hiciera vestidos a Yolanda. Ahora, en Madrid, lo primero que debo decir es que no estoy seguro de que a Mencía González-Barros se le pueda decir que es una costurera. En realidad es una espléndida diseñadora de todo tipo de vestidos que, a diferencia de lo que hacía Ana, no copia de revistas, sino que, a partir de lo que le pide la clienta, prefiere crear, inventarse el modelo, ser original, imaginarse una caída, un cuello distinto o unas mangas con más gracia. Mencía no trabaja en ningún patio de vecinos, sino en un pequeño taller de la calle Gravina en donde diseña, cose, prueba y, sobre todo, desarrolla su creatividad. Da gusto verle la cara cuando una clienta le dice lo que quiere que le haga y le pregunta cómo podría ser alguna parte del vestido. Pone entonces su mente a funcionar y trata de construir su obra como si de un edificio se tratara. No en vano su tienda y su obra responden a la marca Arquitectura Humana, porque su interés está en edificar el vestido con las mejores telas, los perfiles más limpios y los diseños más elegantes.

A veces, cuando salimos de su taller, me vuelvo a la infancia, al patio aquél de vecinos. Es como si funcionara lo del eterno retorno, pero no es igual. Afortunadamente, lo que en la Ana de mi infancia era una buena técnica, en Mencía se ha transformado en arte. Así que no sé si le cuadrará bien lo de costurera.




martes, 12 de octubre de 2010

El metódico Vargas Llosa




Lees a Mario Vargas Llosa, el reciente y celebrado premio Nobel de Literatura, y observas un uso potente, sólido, luminosamente fluido de la palabra, y una narración sorprendente, atractiva y sugerente que te muestra con facilidad lo que hay por la vida, pero que uno no ve. La obra de Vargas Llosa es, tomando prestado el nombre de una marca de ropa de mujer que se consolidará pronto, una arquitectura humana.

¿Qué hay detrás de esta arquitectura humana? Pues muchas cosas. Talento, ideas, saber hacer, mucha lectura, profesionalidad, vida y, también, método. Hacer las cosas bien exige sacrificio y un planteamiento serio y decidido, pero no se puede uno dedicar a nada con afanes de excelencia, si no se lleva a cabo de manera metódica y ordenada. La vida no es fruto exclusivo de la razón fría, cartesiana, en donde todo está ya previsto de antemano. Por el contrario, la improvisación, la ocurrencia, lo inesperado son los que dan las chispas de luz, el pellizco, la calidad y las ganas de seguir al que vive con intensidad lo que hace. Pero todos estos regalos de la vida tienen que ser recogidos en una copa adecuada, hecha de posibilidades reales de recepción. Vas a pescar y no sabes qué pez vas a recoger. Pero si pones las mejores condiciones para la pesca, la recolecta será de mayor calidad que si vas con un simple cordel y te apostas en cualquier sitio.

Vargas Llosa es un escritor metódico. Juan Cruz contó en algún sitio que al galardonado le gusta acostarse a las doce de la noche. El propio Vargas Llosa, en los Catorce minutos de reflexión de la Piedra de Toque de El País del domingo pasado, revelaba que se levanta a las cinco de la mañana. José Luis Sampedro, gran economista y escritor, contaba en cierta ocasión que él también practicaba la táctica del madrugón, que justificaba porque estaba convencido de que si te viene alguna idea interesante al día, lo hace a esas horas, y te tiene que encontrar preparado. Yo mismo he experimentado esa recepción de ideas con potencial encerrado dentro cuando me he despertado pronto y me he puesto a darle vueltas en la cabeza a proyectos que tenía entre manos, si bien la cama no es el lugar adecuado para tales acuses de recibo, porque el duermevela está todavía cargado de una cierta fantasía onírica que desvirtúa y carga de irrealidad los pensamientos.

El caso es que Vargas Llosa se levanta de la cama antes de que salga el sol y se pone a leer o a preparar sus clases durante dos horas. Luego, hace treinta minutos de ejercicios para su espalda. Es curioso que en cuanto pueden nos enseñan a leer y a escribir, pero no le prestan toda la atención que deberían a la espalda. Luego, cuando lees mucho o escribes mucho, la espalda sufre y duele y hay que emplear parte del tiempo en rehabilitarla. Habría, sin duda, que estar más avisados sobre esto. Después, una hora de caminata. Este asunto, para un intelectual, quiero decir, para alguien que se dedica a labores más bien sedentarias, es de una importancia enorme. Dependemos vitalmente del sistema cardiovascular y, si no lo cuidamos, la arquitectura orgánica se viene abajo sin remedio. Tampoco nadie nos ha enseñado estas cosas y han tenido que ser las malas experiencias las que nos hayan aconsejado la caminata diaria, tan difícil de ubicar a lo largo del día, y que el escritor, sabiamente, se quita de en medio cuanto antes para evitar su incordio. A la vuelta, periódicos, desayuno, ducha y a escribir.

La noticia de que le habían concedido el Nobel nos ha permitido conocer la vida metódica de Vargas Llosa por la mañana, pero esa misma ha sido la causa de que no sepamos cómo sigue su rutina por la tarde. En todo caso, me quedo con la evidencia de la necesidad de organizarse si uno no quiere zascandilear por la vida, picoteando aquí y allá y diluyendo su escaso tiempo en mil y una aventuras efímeras.