Lo que importa es la piel. Puede que
nos atraiga más a primera vista la forma, la silueta de su cuerpo,
pero lo que nos puede unir a alguien como un árbol a su raíz es la
piel. Lo que nos seduce es la piel. Lo que hace que nos quedemos con
ella es la mente, pero lo que nos llama y nos hace sentir con una
fuerza que puede superar nuestro deseo es la piel.
Y su piel era limpia, tersa, fina, casi
sin poros ni manchas que distrajeran la atención de una mirada
detenida.
-Ahora que te has
tatuado buena parte de tu piel, ya nunca podrás desnudarte del todo
-le dije.
Me miró sorprendida y y mantuvo su
mirada con una atención concentrada, como si su pensamiento no
supiera si intentar primero comprender lo que había oído o saber
quién era aquél cliente ocasional que se había atrevido a
sorprenderla aquella tarde con tan chocante afirmación.
Yo sabía que en el pasado el tatuaje
había sido un símbolo de identificación con un colectivo, una
forma de sentir la compañía de los iguales en situaciones adversas
o difíciles. Eso era lo que les llevaba a los marinos o a los
presos, por ejemplo, a lucir en sus brazos y en sus pechos nombres o
figuras que les recordaban partes ausentes de su mundo y que les
unían a quienes vivían una situación similar.
No sé si ahora el simbolismo del
tatuaje es el mismo. Es posible que en la actualidad tenga más bien
algo de huida de una forma de ser, de un modelo de persona con el que
no le gustaría a uno que le asociaran. O de no sentirse miembro de
un mundo tradicional, vacío, hueco, moribundo en el que nos
encontramos tantas veces. No sé si hoy el tatuaje tiene más de
intento de diferenciarse que de identificación con otros, porque
tampoco parece que quienes se tatúan la piel se sientan formando
parte de un grupo determinado, con características comunes.
-Es posible que
tengas razón y mi piel ya no pueda mostrarse desnuda del todo,
porque parte de ella está cubierta por los tatuajes, pero con ellos
me estoy desnudando también el alma. Lo más importante de mi vida
lo llevo escrito en mi piel. Cada uno de mis tatuajes tiene un
significado muy importante para mí. Son mis vivencias, mis
recuerdos, mis experiencias -me dijo.
Confieso que me quedé muy sorprendido,
no sólo por lo que me respondió, sino porque aquello revelaba, no
un mero capricho por adornarse el cuerpo, sino una racionalidad, una
manera de pensar que yo no había imaginado nunca. Y añadió:
-Sé que esta
estética y esta forma de tratar el propio cuerpo no le gusta a todo
el mundo, pero es la mía y a mí sí me gusta.
A mí me gustaba mucho más la piel de
aquella mujer que su tatuaje, pero entendía que su argumento era de
mucho peso y que a nadie sensato se le ocurriría rebatírselo. Le
dije:
-No sé si yo
sería capaz de besar con pasión una piel así. No sé si podría
deslizar mis labios por algo que no me parece una piel de mujer. Es
posible que me pudiese acostumbrar. No lo sé. Tu piel es preciosa,
pero ahora es una piel pintada, es otra cosa.
Con una sonrisa con la que me pareció
que me quería decir que me comprendía, pero que yo también debía
comprenderla a ella, me contestó:
-Yo soy así. Esta
soy yo. Esta es mi piel. Mi piel soy yo.