Alguien debería decir a l@s usuari@s de
los transportes públicos que las conversaciones privadas no le
interesan a nadie más que a quienes las sostienen y que nadie tiene
por qué molestar con ellas a quien no quiere oírlas. No sé si será
por influencia nefasta de la televisión, que presenta como normal
lanzar a los cuatro vientos las intimidades y las vivencias propias,
o que se ha extendido la práctica adolescente de creer que estamos
sol@s en el mundo y que hay que llamar la atención como sea, pero el
caso es que en multitud de ocasiones es un tormento viajar en un
autobús o en el metro con el silencio y la tranquilidad rotos y
teniendo que oír tonterías a todo volumen, quieras o no. Como nadie
educa, la mala educación nos está comiendo la vida.