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domingo, 7 de febrero de 2021

miércoles, 13 de septiembre de 2017

La piel, en el Teatro Pradillo de Madrid



Estás, pero estás vivo. Estás, pero estás viva. ¿Qué le añade la vida al simple estar? Pues el poder cambiar, el querer darle sentido a la existencia, el tener conciencia de lo que ocurre y la capacidad de relacionarnos con el mundo en el que estamos. Y ¿cómo se establece esta relación con el mundo? A esta pregunta, a lo largo de la historia, se le han dado respuestas para todos los gustos. Unos han entendido que el vehículo privilegiado para establecer esta conexión era el pensamiento, que lo importante era obtener una idea acertada de lo que hay. Otros, más cercanos a la tierra, han considerado los sentidos, especialmente la vista y el oído, como los medios adecuados para conocer la realidad. Pocos han defendido la piel como un recurso indispensable para entrar en contacto con el mundo. Más bien la han desechado e, incluso, como es el caso de las religiones, la han condenado abiertamente. Aún en esta evolucionada civilización occidental en la que estamos, mostrar nuestra piel está generalmente mal visto y surgen campañas, llenas de recato y de pudibundez, tendentes a combatir la desnudez y a rechazar la comunicación a través de la parte más exterior de nuestro cuerpo.

Y, sin embargo, somos piel. Somos nuestra piel, porque somos nuestro cuerpo. Si la piel no nos acompaña en nuestra relación con los otros, no somos del todo nosotros quienes nos relacionamos. Vivir es pensar y, también, hacer, y, también, hablar, pero también es tocar, tocarnos, abrazarnos, agarrarnos, acariciarnos, sentirnos. La naturalidad y la espontaneidad han sido expulsadas de estas formas de expresión y con ellas se ha ido una parte importante de nuestro ser, pero, pese a todo, la vida entra y sale de nosotros a través de la piel.

También amar es estar en contacto. “Amar es cambiar de piel” se dice en “La piel”, la sugerente obra de teatro que durante los viernes, sábados y domingos, hasta el 24 de septiembre, se representa, a las 21 h, en el Teatro Pradillo, de Madrid. Porque amar es dar o, mejor, es darse. Es, en cierto modo, morirse, matarse a sí mismo para que surja un nuevo yo, una nueva piel, capaz de generar el fruto del amor deseado. Cambiar de piel es matar al yo egoísta para que resucite un yo amoroso, es olvidarse del propio yo, de la propia piel, para que nazca el nosotros o los nosotros.

La piel está en el centro de nuestras vidas. La piel cubre nuestro interior, pero, a la vez, lo revela, a veces con demasiada claridad, al igual que lo hace con nuestras circunstancias, con nuestras carencias, con nuestras aceptaciones y con nuestros rechazos. La piel nos separa del exterior, pero también es nuestra gran carta de presentación en él. La piel es nuestra verdadera imagen. La piel, nuestra piel desnuda, nos iguala a todos en la misma medida en que los vestidos nos separan.


De la piel, del amor, de nuestra manera de comunicarnos, de lo que tocamos, de lo que comemos, de lo que significan la vida y la muerte habla esta obra tan llena de humor, de ideas sugerentes y de humanidad. Se trata de un monólogo muy bien redactado, teatralizado y dirigido por Valeria Alonso e ideado e interpretado por Teresa Rivera, su inspiradora, que vive su personaje con convicción y que muestra su gran capacidad como actriz, como bailarina y como comunicadora. El público ríe y participa, amablemente y sin sentirse en ningún momento forzado, en el desarrollo de la obra, que se hace corta y que te permite salir pensando en la vida y en la piel, en la propia y en la de los demás.

miércoles, 30 de octubre de 2013

Buenas noches. La cultura del tacto





Me decía no hace mucho aquí mi amiga María Dolores que cada vez se le tiene más miedo a la cultura del tacto. Creo que en bastantes casos es así. No siempre estamos dispuestos a aceptar con naturalidad que nos toquen voluntariamente, que nos tomen la mano, que nos la pongan en el hombro, que nos agarren del brazo para caminar, que nos besen. Mucho menos que nos acaricien la mejilla o que nos den un abrazo. Y, sin embargo, el tacto -sentido que se localiza en la piel de los humanos- es imprescindible para vivir, mucho más importante que todos los demás sentidos. A través del 'tacto' nos ponemos en 'contacto' con las demás personas y, en general, con todos los seres de la naturaleza.

Me da la impresión que el tacto en muchas ocasiones no se pone en práctica, precisamente por el miedo al contacto físico, cosa que puede que sea consecuencia de un cierto miedo al contacto humano. Es posible que la cercanía de algunas personas incomode a otras y traten de evitar esa situación rehuyendo el contacto físico. Quizás ciertas experiencias negativas o ciertos prejuicios colaboren también a alejarse del tacto y del contacto. Las religiones, una vez más, se han encargado de fomentar todos estos prejuicios negativos.

A mí me parece que habría que hacer el esfuerzo por limpiarnos la mente de prejuicios y por convencernos de que la vida es básicamente un conjunto de relaciones. Somos la consecuencia de un sistema de relaciones con todo lo que nos rodea y esas relaciones, en muchas ocasiones, se materializan, se profundizan y se incrementan con el contacto físico. No creo que, en principio, deba haber nada malo en besar, abrazar o tocar a una persona. Eliminar de la vida estas experiencias es renunciar a sentir el cariño, la cercanía o la amistad de una manera clara y potente. Huir del contacto físico es vivir peor.

Da gusto cuando te encuentras a personas que no solo no rehuyen el contacto, sino que lo practican con una naturalidad digna de valorarse. Por poner un ejemplo, diré que no hace mucho me dieron uno de los besos más sinceros y espectaculares que yo recuerde. Estaba yo en la barra de un bar muy concurrido en el que conozco a su encargada, una mujer vital, expresiva, trabajadora y cariñosa como ella sola. Tenía un trabajo enorme yendo de un lado para otro cargada de platos y bandejas. Cuando me vio y pasó por mi lado, iba a gran velocidad con ambas manos ocupadas. A mí cada uno me llama como le da la gana y hace bien. Ella me llama Manu. Al llegar a donde yo estaba, me dijo 'Hola, Manu'. Podría haber bastado eso como saludo, pero me soltó un besazo enorme en la manga de la camisa, porque su tiempo no le daba para más, el espacio era escaso, su estatura es baja y sus ganas de cercanía y de expresar sus sentimientos le impulsaron a hacer lo que en esos momentos podía. Me llegó muy adentro ese beso.

Está claro que tu vida es cosa tuya y tu forma de relacionarte también. A mí me gustaría saber tu opinión sobre este asunto porque en él está en juego nuestra forma de vida. Buenas noches.