La calle del mundo está cuesta abajo.
Están depositando en el suelo toneladas de excrementos. Si paseamos, corremos el riego de resbalarnos y llenarnos de mierda. Cuando volvemos a casa, y aunque uno no lo vea, siempre
llevamos algo de porquería pegada a la suela de los zapatos. Y, lo
que es peor, el olor a mierda se nos queda instalado en la mente. Pero hay que rebelarse, baldear la calle, denunciar a los asquerosos y echarse toda la colonia que sea necesaria.