Escribo esto en el tren, sentado al lado de un zote de esos de los que lo mejor es huir, aunque me encuentre imposibilitado para hacerlo hasta que llegue a la estación. Ha solicitado a la azafata La gaceta. Luego, nos han dado de cenar y se ha manchado el pantalón al quitarle la tapadera al recipiente en el que servían uno de los platos. A continuación ha derramado el vino tinto sobre la repisa del asiento. He salido del trance afortunadamente inmaculado. Más tarde, cuando la azafata le ha preguntado si quería café o una infusión, ha dicho que quería un poco de leche con sacarina. Cuando se la han servido, ha dicho que no, que él lo que quería era un café cortado, o sea, con un poco de leche. La azafata, el ayudante y yo hemos puesto una cara como de decir que el tío este es tonto. Se lo ha tomado sorbiendo, con lo que se ha atragantado y ahora tose una y otra vez como un animal.
Claro que no es mejor la señora que va en el asiento de delante, que quería una botellita de wiskhy, pero sin abrir. Cuando la azafata le ha dicho que tienen orden de no servirlas cerradas, la señora se ha enfrentado con ella diciéndole que si la quiere sin abrir, se la tiene que dar sin abrir.
Mientras, el zote pega unos berridos tremendos con la carraspera, intentando desembarazarse la garganta del líquido que se ha echado en ella al sorber.
Qué espléndidos compañeros de viaje me han tocado en suerte.