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domingo, 3 de febrero de 2019

Leyendo el diario




Hoy mandé a tomar vientos muchos asuntos y me puse a leer el periódico con tranquilidad, sin tiempo que me apremiara. Estoy harto de las patrañas que se difunden estúpidamente por las redes sociales y añoraba la lectura sosegada de una información fiable. Elegí El País, que en mi opinión ha vuelto a tener credibilidad. Entresaco lo que me pareció más interesante.

Había mucha información sobre Venezuela. No sé cómo van a salir de la situación actual. Me di cuenta de lo relativos que son los términos “derecha” e “izquierda”, sobre todo si se usan como etiquetas para catalogar alegremente a los defensores de las distintas opiniones. Me parece una simpleza impresentable decir hoy que Maduro es de izquierdas.

Las Cartas al Director -Directora en este caso- siempre me han parecido de mucho interés. Las opiniones que en ella se vierten suelen mostrar la postura de personas que piensan y sienten lo que dicen. Hoy había una carta de Javier Cercas en relación con el artículo de ayer de José Ovejero, titulado “Defensa de la república inútil”, que era la respuesta a uno anterior de Cercas en el que se preguntaba “¿Para qué sirve hoy una república?”. ¿Serviría para resolver alguno de nuestros muchos problemas un cambio en la forma de Estado? Hay que informarse bien y pensarlo.

Venía una entrevista a Alfonso Guerra, que ya había leído. Vi dos titulares que me revolvieron por dentro. Uno decía: “Frío ártico en EEUU”. El otro, “Calor asfixiante en Australia”. Y no hacemos nada. Sobre todo, Trump.

Los domingos el diario trae un interesante suplemento central titulado “Ideas”. En él leí un artículo inquietante titulado “La fiebre por la felicidad”, una recensión muy sugerente de Edurne Portela sobre el libro de Sara MesaSilencio administrativo. La pobreza en el laberinto burocrático”. Un espectacular artículo de Amelia Varcárcel, “Vivir sin creer”, en el que muestra cómo va cayendo en diversas religiones la idea de vida eterna, y un inquietante artículo sobre algunos dirigentes de los taxistas titulado “Un ultra al volante”.

Y de postre, el toque maestro de cada domingo de Manuel Vicent, esta vez sobre la “Reconquista”.

No sé por qué me apetecía contarlo.


domingo, 28 de enero de 2018

Buenas noches. Frases



Leo siempre El País al día siguiente de su publicación. De las novedades políticas de la jornada me entero por internet a través de diversas fuentes. Las noticias de cultura, las de deportes y las viñetas, que es lo que busco en El País, pueden esperar un día sin perder nada del interés de su contenido.

Hoy tocaba leer Babelia. La portada no me invitaba a entrar. Hablaba de Stalingrado y de la segunda Guerra Mundial. No me gusta la guerra ni como contexto de una obra literaria. Pasé de largo el tema y llegué a la página 5, en donde se hablaba de un prometedor libro que Manuel Vilas ha publicado en Alfaguara con el nombre de Ordesa. Narra en él la relación con sus padres, su separación matrimonial y la relación con sus hijos. Y también lo que él llama “la caída de España en las miasmas españolas”. Hacia el final del artículo hay una frase del propio Vilas que me ha hecho pensar. Se refiere a los hombres comunes y dice: «Somos vulgares, y quien no reconozca su vulgaridad es aún más vulgar». Gran verdad.

En la página 9 hay una entrevista con el crítico italiano Pietro Citati. Su título: “Umberto Eco no era un buen escritor”. Luego lo explica diciendo que «era un ensayista inteligente, pero como escritor, no... El nombre de la rosa era un libro malo, nunca conseguí terminarlo. No pude pasar de la página 70». Añade también que los premios literarios le parecen una estupidez y que no conoce ningún escritor joven que sea interesante.

Por fin, en la página 15, Antonio Muñoz Molina escribe un lúcido artículo que titula con una frase de Epicuro que repite Montaigne: “Hace falta ocultarse”. Pongo aquí unos párrafos que me gustan. «Dice Franz Kafka en una carta: “Un silencio como el que yo necesito no existe en el mundo”. Manuel de Falla se fue a Granada en busca de un silencio imposible en París o en Madrid, y al principio creyó haberlo encontrado en un carmen modesto del barrio de la Antequeruela, a la orilla de la Alhambra. Falla buscaba un silencio que era el del recogimiento religioso y el de la concentración necesaria para la tarea creativa, que para él formaban parte del mismo impulso. Pero descubrió con dolor que al retiro granadino en el que escondía su vida también llegaba la estridencia de los gramófonos y de los aparatos de radio. Para Falla esconderse resultó tan imposible como para Montaigne».

Qué caro es el silencio. 

Buenas noches.

jueves, 16 de abril de 2015

miércoles, 15 de abril de 2015

sábado, 17 de enero de 2009

Limpiando la mesa / 3 / La ley del talión


Me lo dijo una vez Antonio Campos, amigo de cuando teníamos veinte años y hoy catedrático de Histología de la Universidad de Granada: una de las secciones más interesantes de un diario es la de las Cartas al director. Creo que tenía razón porque para escribir algo que merezca ser leído en un periódico no hay por qué ser periodista.

Últimamente están apareciendo Cartas al director muy interesantes. Antes de tirar al contenedor azul El País del 8 de enero de 2009, pongo aquí una interesantísima que escribe el ciudadano de Madrid Agustín Ormazábal Lasa. Dice así:



Ojalá aplicara siempre Israel la ley del talión en sus actos. Este "ojo por ojo y diente por diente" que aparece en el Código de Hammurabi de hace ya 38 siglos y posteriormente en varios puntos del Antiguo Testamento no es una vía libre a la venganza, como muchas veces se cita en nuestra sociedad moderna. En su tiempo, esta ley tenía como objeto el limitar la venganza, es decir, si alguien te rompía un diente o te dejaba ciego de un ojo, no podías matarlo y quedarte con todos sus bienes, como al parecer debía de ser habitual, sino que esta ley limitaba la venganza "estrictamente" al daño producido, es decir, al agresor se le sacaba un ojo o un diente.
Parece triste que el pueblo de Israel, a través de sus gobernantes, lleve muchos años remontándose prácticamente a la edad del bronce y ya no respete siquiera la ley del talión. Así que ojalá Israel aplicara "estrictamente" la ley del talión. Para llegar a parámetros de justicia más modernos y a respetar los derechos humanos, habrá que esperar tal vez unos cuantos siglos más.





Creo que es muy interesante la reflexión del señor Ormazábal. Lejos de fomentar o facilitar la venganza, la ley del talión la limita. Podríamos decir, entonces, que la reacción más visceral, más bruta y menos humana de todas las posibles es la de la venganza. Es la que de vez en cuando y en nuestros días observamos cuando algún elemento da una paliza a alguien 'porque le ha mirado mal', o la de los que cortan las manos a los ladrones, o la de los que practican la violencia de género, o, sin ir más lejos, la que pone en práctica Israel con los palestinos.

El siguiente paso sería el de la ley del Talión, que intena evitar los excesos de una venganza descontrolada. Me resulta curioso el relativamente alto número de alumnos que defienden en clase la bondad de esta ley. Sólo comienzan a dudar cuando se les pone ante la posibilidad de que se les aplique a ellos.

El tercer paso sería el de separar la justicia de la venganza y restablecer el equilibrio dentro del marco del respeto a los Derechos Humanos. Todo esfuerzo por recalcar la importancia de los Derechos Humanos será poco. Se intenta así dotar de una cierta objetividad a la justicia, liberándola de las posibles influencias subjetivas que podrían confundir el restablecimiento de una sociedad vivible con un desahogo que podría desembocar en el disparate.

De todas formas, me gustaría que tú lector o lectora, que de manera tan amable has llegado hasta aquí, ofrecieras tu parecer sobre este asunto para matizarlo, opara enriquecerlo o para darle la vuelta. Gracias.

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