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martes, 20 de enero de 2015

Teatro. Rinoceronte



Vuelve Rinoceronte, de Ionesco, dirigida por Ernesto Caballero.

En el Teatro María Guerrero, de Madrid, hasta el 8 de febrero.

Puedes ver la crítica aparecida en El País aquí.

Tienes aquí el interesante Cuaderno Pedagógico de la obra que edita el Centro Dramático Nacional.

Crítica de Vida en escena, blog teatral aquí.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Buenas noches. El codazo


Fotografía de Tomi Osuna

Desde que se sentó, me pareció bastante impresentable. Es posible que estuviera nerviosa por lo que estaba viendo en el escenario: un cuerpo desnudo de mujer. Lo que para los demás eran sonrisas o incluso risas civilizadas, para ella era una risotada estentórea que se clavaba como un puñal en el ambiente que la actriz, Ester Bellver, intentaba crear en la sala haciendo magníficamente su trabajo.

Estaba sentada a mi izquierda. Al llegar, todos nos habíamos quitado los abrigos salvo ella, que llevaba su generosa corpulencia embutida en un plumas. Pronto sonó un teléfono móvil en la sala. Era el de mi vecina de localidad, que se dispuso a buscar el aparato entre los múltiples objetos necesarios que acarreaba en el bolso.
-¿Quién ha sido? -preguntó la actriz, con un gesto a medio camino entre el fastidio por la interrupción y una resignación teñida de sentido del humor.
-He sido yo. Disculpa. -contestó mi vecina.

Con mucha elegancia, la actriz le dedicó unas simpáticas y respetuosas palabras, sin acritud y sin perder los papeles, cuyo mensaje yo, que no tengo el arte exquisito que posee la actriz, hubiese expresado diciendo que por qué no se iba a hacer puñetas con el móvil, que si no entendía que no se puede interrumpir el trabajo de un profesional ni la atención de los espectadores, que en el teatro hay que apagar el móvil y que si no tenía la calidad humana suficiente como para acudir a los sitios públicos sin sentirse como si estuviera en su casa, que no fuera, coño.

La actriz, superada la interrupción, preguntó con mucha naturalidad que por dónde iba, en un alarde de buena comunicación con los espectadores. Le recordamos de qué estaba hablando y siguió, como si nada hubiese ocurrido.

El incidente le debió de producir algún sofoco a mi vecina de localidad porque, al poco tiempo, decidió quitarse el plumas. De nuevo se notó su presencia incordiosa intentando sacar los brazos del plumas y deslizándolo por debajo de su culo hasta que lo pudo depositar en su falda. Después, con la misma espontaneidad que había lucido antes, siguió con sus risotadas, vinieran a cuento o no.

En un momento de la obra, que proponía desde el humor frecuente una reflexión sobre la vida, la actriz hizo un comentario irónico sobre su propio cuerpo. Yo seguía el texto de la actriz y procuraba pensar con ella, pero mi reflexión fue interrumpida otra vez por el verbo potente e incontrolado de mi vecina que, con mucha soltura y en un volumen suficiente para que se oyera en toda la sala, sentenció:
-Anda, que estás cojonuda.

A mí el espectáculo me tenía secuestrado, por lo que yo estaba fuera de mi mundo y respiraba en ese otro que la actriz me estaba proponiendo. Quiero decir que en esos momentos no era del todo dueño de mis actos porque no vivía del todo en mí. Unos quizás digan que fue cosa de la divina providencia. Otros puede que le atribuyan la responsabilidad a la justicia universal. Habrá quien lo entienda como un desahogo impensado o como una explosión metafísica que se apoderó de mi mente y se materializó de repente en mi cuerpo. El caso es que, en cuanto acabó su comentario, le solté a mi más que cansina vecina, de manera automática, refleja, una especie de codazo en su orondo brazo. No fue algo agresivo ni demasiado potente. Más bien como una suave llamada de atención, como un toque inesperado que me había salido irreflexivamente de mis profundas entretelas y que encerraba un mensaje inequívoco:
-¡Cállate ya, joder, que ya está bien!

El efecto fue fulminante. No sé qué pensaría de mí -si es que pensó algo, cosa dudosa-, pero no la volví a oír en toda la función. Al final aplaudimos mucho, todo lo que nos pareció, hasta que la actriz nos dijo que ya estaba bien, que éramos unos exagerados. Yo me levanté y me fui. Luego, recordé el incidente y me puse a escribirlo antes de que se me olvidara. A pesar de mi vecina, la obra, ProtAgonizo, me pareció espléndida. Tienes más información de la función en este blog.

Ester Bellver figura en el reparto de la obra de Eugène Ionesco, Rinoceronte, una obra que creo que no hay que perderse y que mis antiguos alumnos recordarán, porque la citaba en clase. Se podrá ver en el Teatro María Guerrero, de Madrid, del 17 de diciembre de 2014 al 8 de febrero de 2015. Puedes ver más información sobre esta obra aquí.

Buenas noches.





jueves, 31 de enero de 2013

Lo que vi. Teatro: Yerma



Miércoles 30 de enero de 2013, a las 20:30 horas. Un grupo de amigos y amigas asistimos a contemplar Yerma, la gran obra teatral de Federico García Lorca, dirigida por Miguel Narros y con Silvia Marsó en el papel protagonista, en el teatro María Guerrero, en Madrid. El mismo día y a la misma hora se jugaba un partido de fútbol entre el Real Madrid y el Barcelona, un clásico del deporte y de la televisión.

Yerma es también un clásico del teatro, porque todo lo que versa sobre las profundidades de la vida del ser humano y las relata con belleza es un clásico dentro del mundo del arte.

La obra trata sobre un tema de constante actualidad, como es el de la realización de la mujer como mujer. Lorca propone un modelo de mujer como alguien que quiere amar y ser amada y que desea materializar ese amor a través fundamentalmente de la maternidad. Necesita el amor -y a un hijo que no llega- para que su existencia tenga sentido, para que la alegría que se desea pueda llegar a ser real y para que pueda sentir en su vida la ansiada felicidad. Pero, Juan, un marido impuesto por la familia, es incapaz tanto de amar como de hacer que Yerma pueda engendrar un hijo. El machismo de Juan es duro, brusco, profundo. No quiere que Yerma salga a la calle, no quiere que hable con nadie, no quiere que la vida de su esposa sea humana y le echa en cara el terrible 'qué dirán' de los pueblos atrasados y rancios. Un panorama terrible para cualquier mujer, especialmente si sus deseos carecen de esperanza.

Yerma está en las peores condiciones posibles para sobrellevar su existencia, porque es consciente de lo que le ocurre y, además, vive intensamente las amargas emociones que le produce su conciencia. Ha pensado sobre su situación y lo ha hecho vitalmente, yéndole en ello la vida. Ya lo dijo con claridad J.P. Sartre: 'Lo peor es haber pensado'. La conciencia producida por el pensamiento es lo único que nos permite el disfrute de lo que nos ocurre, pero también la vivencia de la tragedia cuando la realidad se torna adversa y cuando la realización personal se convierte en frustración. Por eso Yerma va con su Yo -con Y de Yerma- a cuestas, como una cruz, esperando inútilmente que la realidad sea más justa con ella.

Lorca escribió esta obra en 1934, en el contexto histórico y social propio de la época, y la situó en un ambiente rural, en el que la función social esperable de la mujer pasaba por la maternidad y, también, por el amor, pero con el peso enorme de la opinión social determinando la conducta y la vida. Con esos condicionantes concibió una Yerma que revelaba perfectamente las aspiraciones vitales de una mujer del momento. Pero si quisiéramos describir a una Yerma más actual, seguramente le tendríamos que atribuir unas aspiraciones algo diferentes, porque el amor, irrenunciable en todo ser humano, hoy se tendría que concretar en otros aspectos, además del de la maternidad. Es posible que hoy Yerma fuera más sensible a las igualdades, a la superación de las diferencias de género, a la vivencia plena de las libertades y a la eliminación de las discriminaciones.

La puesta en escena de la obra es peculiar. Miguel Narros, el director, parece haber optado por potenciar el texto, la frialdad del mensaje dirigido a la razón, en detrimento de las emociones que las situaciones que viven los personajes pudieran provocar en el espectador. En mi opinión, este puede ser el sentido de la forma de dicción que siguen los personajes, especialmente Yerma, que habla siempre con un volumen alto de voz, como lanzando al aire sus palabras, como intentando dotar de claridad a la vivencia que muestra, para ayudar así, no tanto al sentimiento, sino a la comprensión.

Los decorados son sencillos, pero eficaces, lluvia en el escenario incluida. Las luces y la música de Enrique Morente, interpretada por él mismo y, en directo, por su hija Soleá, perfilan bien el ambiente de la Andalucía rural en el que la obra se desarrolla.

Tras algo menos de dos horas de función, salimos del teatro con el mensaje lorquiano y feminista en la cabeza. Muchos de los hombres y muchas de las mujeres que estaban aún delante del televisor tenían su Yo convertido en Ego, con una E de euro en forma de yugo vertical. Nuestro mundo, por desgracia, necesita huir de la conciencia y refugiarse en divertimentos, aunque con ello convierta a las personas en entes que están sin ser. Hay muchas mujeres que no quieren ser la rebelde Yerma y, en cambio, muchos hombres que quieren ser el machista Juan. Este machismo ejercido, soportado o asumido es el que hace que Yerma siga trágicamente vigente hoy.