Pretendía que aprendieran el rigor en el razonamiento, la claridad en el análisis, el arte de la síntesis, la relación del pensamiento con la vida, la conveniencia de la crítica y la necesidad de la autocrítica, la sabiduría del que está atento a lo que otros han dicho, por ver si puede aprender algo de ellos que le sirva para crecer. Tenía la intención de que se plantearan en qué consiste pensar y vivir como un ser humano, de que atisbaran el placer del conocimiento. Quería ayudarles a vivir mejor.
Pero los demás no querían nada de eso. Los otros estaban inmersos en el mercadeo de las cifras, los porcentajes, los que van y los que vienen. Y en el miedo a ser justos, por si no son comprendidos. Y en la ignorancia del no saber las consecuencias de lo que se hace. Todo da igual. Si interesa, se engaña a alguien diciéndole que vale, cuando en realidad es un vago que no tiene ningún interés en poner un pie delante de otro para poder avanzar. Te piden que seas más rico y, en lugar de plantearte una estrategia para incrementar la productividad, echas mano de la máquina de hacer dinero y te pones a fabricar billetes, vales, aprobados, pasaportes o lo que haga falta. Si cambias el producto final, da igual con el criterio con el que lo hagas, todo está resuelto. Todo vale. O sea, nada vale nada.
Tengo la impresión de ser un tipo raro. Es la segunda vez que lo digo hoy. La primera ha sido en clase y los alumnos se han reído. No he entendido su risa, pero en todo caso era una risa que no mostraba desacuerdo. Mi mundo no es de este reino. Y un mundo no compartido genera soledad, desasosiego, deseos de cambio, a ver si en otros reinos se puede crear un mundo mejor. Porque es incomprensible que aún tenga ganas de crearme un mundo. O es terquedad o es inconsciencia.
El mal olor empieza a ser insoportable.
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