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domingo, 3 de diciembre de 2023

Ceguera

 



Hay quien dice que las emociones son ciegas, como, por ejemplo, lo son el amor o el odio. A mí me parece que las emociones no tienen ojos, por lo que difícilmente podrían ser ciegas o gozar de una buena agudeza visual. Otra cosa es que cieguen. Y esto lo hacen a quienes se dejan llevar en sus vidas por unas emociones ajenas por completo a la racionalidad. El ser humano es un animal que piensa, venía a decir Aristóteles, sin sospechar siquiera que, aunque él tuviera razón en lo que decía, llegarían tiempos en los que un buen puñado de seres humanos no le iban a hacer caso y vivirían -o lo que sea- sin pensar lo más mínimo. En su lugar pondrían unas emociones sueltas, separadas de la razón y del mundo, que saldrían abruptamente a gritos, a patadas o a patochadas de los cuerpos de algunos seres con aspecto humano. Quienes han creído a lo largo de la historia que el amor era solo una emoción se han llevado unos chascos enormes que casi siempre les ha costado un dineral. Quienes han optado por dejar que el odio arrastre sus vidas gritan mucho y saben poco, por lo que en sus vidas abundan los disparates. No se dan cuenta de que lo que dicen y lo que hacen son barbaridades sin sentido, porque su ceguera vital no les permite ver otra cosa que los supuestos enemigos en los que su odio ha convertido a los adversarios. 

Unos cuantos de estos se fueron ayer al Teatro de La Latina a silbar y a abuchear al Presidente del Gobierno cuando fue a honrar la memoria de la eminente actriz Concha Velasco, cuya capilla ardiente se encontraba allí. En su ciega ignorancia no sabían que la actriz tenía convicciones profundamente socialistas. Quizá consideraban que la fallecida era un objeto más del patrimonio “español” y que solo ellos tenían derecho a venerarlo, o que era ya algo popular, pero no del estilo de, por ejemplo, Almudena Grandes, sino que era de los suyos, o simplemente, su ceguera les hacía creer que los enemigos oficiales no tienen derecho a hacer algo razonable y educado, sino sólo lo que les dé la gana a ellos que hagan. Hay una ceguera muy mala, que no es la de quienes no ven, sino la de quienes no quieren ver por no quitarse el odio de la mirada.