94 años y un día. Podría parecer una
condena a la ceguera, a los dolores, a las prohibiciones y a las
medicinas, pero ella vivía con el temple de quien no tiene motivos
para quejarse. Mostraba cada día que la adversidad tiene que ser
aceptada. Atravesaba el tiempo sin que a su ánimo le afectaran ni
los minutos ni los años. Fue fiel a la mente que le formaron y le
costaba trabajo adaptarse a las circunstancias nuevas. Se rebelaba
contra lo que no le gustaba, unas veces con rabia y otras, la mayoría, con humor. Se reía de casi todo, incluida ella misma. Estaba
cómoda en la rutina, así que lo nuevo que aceptaba lo convertía en
costumbre. No oía bien y le costaba escuchar. No veía, pero decía
que no 'se' veía. Nunca usó bastón, porque eso era cosa de viejos.
Expresaba los sentimientos con dificultad, porque nadie la había
educado en el arte de mostrar su alma. El último día, incapaz de
moverse, le cogí la mano, le di un beso, le dije que estaba allí con ella y
una lágrima se le escapó de los ojos. Creo que no tenía ganas de
irse. Vivió 94 años y un día.
Buenas noches.