Mañana de domingo en una ciudad de provincias del norte de España. Es mediodía. Bastantes personas en la Plaza Mayor, unas con amplias mochilas y otras con bastones de apoyo. Algunas van cargadas con bolsas de pastelitos típicos. Las terrazas comienzan a llenarse de bebedores de cafés y de cervezas. Muchos ciudadanos van vestidos de día de fiesta. Otros, los menos, lucen como cada día. Pronto llegarán los que han ido a misa. Unos turistas hacen fotos y otros se las hacen a sí mismos. Aparecen tacones llamativos y zapatos con aspecto de nuevos. Se forman corrillos de gentes que se encuentran y que se separan pronto. Pasean arriba y abajo sin prisas, con sonrisas, con una alegría templada.
Contemplo la vida que se desarrolla en este tiempo de fiesta. Advierto tranquilidad en el ambiente. Me pregunto si esta forma de estar será la rutina de un día de fiesta o lo que anhelan estas personas hacer cuando no tienen obligaciones. Suenan campanas espléndidas, con sus redobles y su sonido agradable que avisa de que algo va a ocurrir. Puede que esté contemplando el dulce no hacer nada, o el deseo de encontrarse con la gente, o puede que sea lo normal, sin más, de un día de fiesta. Buenos días.
