No hay ninguna relación entre la
vulgaridad y la posición social. Hay vulgares ricos y pobres, que
mandan y que son mandados, famosos y desconocidos.
Hay personas
vulgares que hablan en voz alta o que ríen estentóreamente en los
lugares públicos. Una vez coincidí con el ministro Montoro en un
restaurante y eran tales las risotadas que emitía que era imposible
entenderse en mi mesa, que estaba en la otra punta del salón. Es
vulgar comer en los transportes públicos, sobre todo si lo que comes
tiene un olor penetrante o viene en ruidosas bolsas de papel
metalizado. Es vulgar hacer ruidos al comer. Todas estas son
actividades que pueden molestar a los demás, como lo es circular en
bicicleta por las aceras y hacerlo a la velocidad que se le antoje al
ciclista. Si esta fuera la intención de todas las personas, sería
imposible andar por unas aceras caóticas e inseguras. Es vulgar
acumular riquezas explotando a otros seres humanos o evadiendo
capitales o no pagando impuestos o, simplemente, robando, porque todo
eso va en contra del bien común y porque si lo intentáramos todos,
el mundo sería una invivible guerra de todos contra todos. No me
parece vulgar ir correctamente vestidos, pero sí me lo parece
hacerlo con modelos tan exclusivos y tan caros que no sea posible que
accedan a ellos la mayoría de las personas.
Como creo que la sensibilidad y el
sentido de lo humano se están convirtiendo cada vez más en rarezas
sociales, me parece que la vulgaridad va en aumento. Así, la ciudad
se va convirtiendo a gran velocidad en una especie de selva, los
seres humanos, sin que nosotros mismos lo advirtamos, nos vamos
embruteciendo y la vida se va convirtiendo poco a poco en una vulgar
estancia de una cada vez más insoportable sociedad vulgar.
Buenas noches.