Estoy leyendo el libro de Enrique Vila-Matas, París no se acaba nunca. Es un libro irónico, complejo, que habla de lo que pasaba en París en los años 1970 y de la gente que andaba por allí. Se citan muchas obras y muchos autores a lo largo del libro. Una de las citas es de Macedonio Fernández y dice así:
La frase tiene su miga y exigiría aclarar qué es lo que entendía el autor por metafísica, si la rancia que abundaba en tantos lugares o la fresca y problemática que se respiraba en algunas pocas cabezas.
La primera vez que oí hablar de Macedonio Fernández, escritor argentino que vivió durante la primera mitad del siglo XX, fue la única vez que vi a Jorge Luis Borges en persona. Vino a España en cierta ocasión y ofreció una charla en un Colegio Mayor argentino que todavía existe, el de Nuestra Señora de Luján. Andaba por allí también un paisano mío, Fernando Quiñones, escritor gaditano muy amigo del habla tradicional y recopilador de cultismos y de palabras antiguas. Recuerdo que, al pasar por mi lado, me pidió "mixtos", que era un término que yo había oído de pequeño para referirse al fuego para encender un cigarro. Se dice que este hombre tenía tal devoción por Borges que se fue a verlo a Argentina con un cepillo de dientes por todo equipaje.
Yo entonces no había leído prácticamente nada de Borges. Fui a verlo porque la curiosidad juvenil de entonces se dirigía hacia estas personas que aparecían en las secciones de cultura de los periódicos. Y allí descubrí lo que era un gran hombre. Le pusieron una silla en el centro del escenario y lo llevaron hasta ella, porque ya estaba ciego. Se sentó, apoyó su mano derecha en el bastón y su antebrazo izquierdo sobre la mano derecha. Como suelen hacer los ciegos, miraba hacia arriba, no sé si porque ya sabía que aquí abajo no había nada interesante, o porque prefería apuntar al mundo de las Ideas, o porque así se piensa mejor. El caso es que allí, en el escenario, estaba Borges solo. Y solo empezó a hablar. Sin guión. Pensar y hablar, o recordar, o improvisar, o vivir. Borges solo fue capaz de llenar todo el ámbito del Salón de Actos. Habló de Macedonio Fernández y de multitud de escritores más. Sobre todo, habló de literatura y de la vida.
Hay quienes piensan que existe el mundo. Están equivocados. El mundo no existe. Algunos, que se creen más listos, han dicho que, efectivamente, no existe el mundo porque no existe un solo mundo, sino que existen dos: este y el otro, el más acá y el más allá. Es el caso, por ejemplo de Platón y del cristianismo. También se equivocan. Se creen dioses capaces de crear mundos a su antojo. No existen dos mundos. Ni tres, ni cuatro. Existen muchos mundos, muchísimos. Cada cual tiene su mundo. Tú, lector o lectora, tienes tu mundo, con tus personas, tus cosas, tus preocupaciones, tus deseos, tus malas digestiones y tu escasez de dinero. Ese único mundo, el de cada cual, es el que existe.
Un gran hombre es el que es capaz de hacerte olvidar cuál es tu mundo e instalarte en uno nuevo a través de la palabra, del pensamiento, de la poesía, de la vida vivida y contada. Yo he estado en presencia de pocos grandes hombres. Ahora sólo recuerdo a dos: Borges y -homenaje- Ángel Guinda.
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"Varias veces emprendí el estudio de la metafísica, pero me interrumpió la felicidad".
La frase tiene su miga y exigiría aclarar qué es lo que entendía el autor por metafísica, si la rancia que abundaba en tantos lugares o la fresca y problemática que se respiraba en algunas pocas cabezas.
La primera vez que oí hablar de Macedonio Fernández, escritor argentino que vivió durante la primera mitad del siglo XX, fue la única vez que vi a Jorge Luis Borges en persona. Vino a España en cierta ocasión y ofreció una charla en un Colegio Mayor argentino que todavía existe, el de Nuestra Señora de Luján. Andaba por allí también un paisano mío, Fernando Quiñones, escritor gaditano muy amigo del habla tradicional y recopilador de cultismos y de palabras antiguas. Recuerdo que, al pasar por mi lado, me pidió "mixtos", que era un término que yo había oído de pequeño para referirse al fuego para encender un cigarro. Se dice que este hombre tenía tal devoción por Borges que se fue a verlo a Argentina con un cepillo de dientes por todo equipaje.
Yo entonces no había leído prácticamente nada de Borges. Fui a verlo porque la curiosidad juvenil de entonces se dirigía hacia estas personas que aparecían en las secciones de cultura de los periódicos. Y allí descubrí lo que era un gran hombre. Le pusieron una silla en el centro del escenario y lo llevaron hasta ella, porque ya estaba ciego. Se sentó, apoyó su mano derecha en el bastón y su antebrazo izquierdo sobre la mano derecha. Como suelen hacer los ciegos, miraba hacia arriba, no sé si porque ya sabía que aquí abajo no había nada interesante, o porque prefería apuntar al mundo de las Ideas, o porque así se piensa mejor. El caso es que allí, en el escenario, estaba Borges solo. Y solo empezó a hablar. Sin guión. Pensar y hablar, o recordar, o improvisar, o vivir. Borges solo fue capaz de llenar todo el ámbito del Salón de Actos. Habló de Macedonio Fernández y de multitud de escritores más. Sobre todo, habló de literatura y de la vida.
Hay quienes piensan que existe el mundo. Están equivocados. El mundo no existe. Algunos, que se creen más listos, han dicho que, efectivamente, no existe el mundo porque no existe un solo mundo, sino que existen dos: este y el otro, el más acá y el más allá. Es el caso, por ejemplo de Platón y del cristianismo. También se equivocan. Se creen dioses capaces de crear mundos a su antojo. No existen dos mundos. Ni tres, ni cuatro. Existen muchos mundos, muchísimos. Cada cual tiene su mundo. Tú, lector o lectora, tienes tu mundo, con tus personas, tus cosas, tus preocupaciones, tus deseos, tus malas digestiones y tu escasez de dinero. Ese único mundo, el de cada cual, es el que existe.
Un gran hombre es el que es capaz de hacerte olvidar cuál es tu mundo e instalarte en uno nuevo a través de la palabra, del pensamiento, de la poesía, de la vida vivida y contada. Yo he estado en presencia de pocos grandes hombres. Ahora sólo recuerdo a dos: Borges y -homenaje- Ángel Guinda.
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