La música nos impone su ritmo, su
cadencia, su compás vital. La música nunca es un acompañante.
Cuando aparece la música, somos nosotros quienes la acompañamos a
ella, quienes nos adaptamos, quienes sufrimos o gozamos con los
efectos de su poder.
Hay que hacer un reconocimiento a la
música, al poder de la música, que nos puede cambiar el estado de
ánimo en un momento, que nos puede hacer llorar o emocionarnos hasta
que se nos ponga la piel de gallina. Seguramente la música pueda más
que la palabra y no sé si, desde un punto de vista estético, habrá
algún método superior, algún arte más perfecto, para encontrar la
belleza.
Deberíamos encontrar nuestra música y
ponérsela a nuestra vida. Buenos días.