Me parece que no hemos venido a este mundo a triunfar. Ese afán tan común de que lo importante es llegar a la cima del tener, subir hasta lo más alto posible en la escala social o situarse en algún podium, preferiblemente relacionado con el dinero, es un espejismo. Nos hemos acostumbrado a ver gentes, que por las buenas o por las malas, se han enriquecido, aunque sea sólo un poco, o que han llegado a la fama, y nos hemos creído que ese era el sentido de la vida.
En mi opinión, hemos venido a vivir, pero no como si fuéramos individuos aislados, no como si tuviéramos que luchar los unos contra los otros y vencer, no como si el sentido de la vida fuera algo individual, sino entendiendo la vida como un proyecto colectivo, en el que todos tenemos que colaborar a crear una vida común y en el que todos tenemos la misma importancia. Creo que la guerra que nos quiere imponer la mentalidad individualista dominante es absurda y matadora. Ciegos, tuertos, pequeños miopes vitales, que creen que su propia manera de ver la vida es la única valiosa, o acaparadores de dinero a cualquier precio no pueden erigirse en los guías de la humanidad, a menos que alguien quiera apuntarse a ese carro lleno de mediocridad.
Han reducido a la persona a una bolsa que hay que llenar, han olvidado o desconocen lo que es un ser humano y pretenden que todos pasemos por el estrecho agujero del embudo del triunfo. El propio afán de triunfo nos ha metido en el cuerpo el miedo al fracaso y esto nos impide reconocer que estamos bastante perdidos y que la vida va por otro lado.
Buenas noches.