De repente, insospechadamente, comenzaron a irse. Nadie dio ninguna explicación. Es posible que hubiesen perdido el interés, o que tuvieran intereses contrarios, o que se aburrieran, o que sucumbieran a sus contradicciones internas, o que la idea que tenían de sí mismos no les permitiera estar más que solos, o que sus complejos les vencieran, o que los miedos pudieran con ellos. El caso es que se fueron quedando sólo los más nobles, los que venían a aportar algo sin pedir nada a cambio. Al final éramos pocos.