Lo trajeron a este mundo, como a todos. A él, pero no a todos, le trasmitieron cuatro o cinco ideas y otras tantas cosas que había que hacer, porque las consideraban valiosas, y que él instaló a su gusto en su mente. Luego fue viendo, escuchando y viviendo otras experiencias, y pensando otras ideas, que fue encajando también en su mente, aunque la mayoría de ellas eran muy diferentes de las que le habían dado inicialmente como buenas. Criticando y renovando poco a poco los valores y las actitudes que se iban formando en su mente transcurrieron muchos años.
Un día triste y gris en su mente tuvo lugar un motín callado, pero intenso. No es que le aparecieran dudas; lo que emergieron en sus siempre afanosos pensamientos fueron negaciones, caídas de valor, roturas y desapariciones. Lo que había descubierto a lo largo de su vida y que consideraba importante de repente ya no le valía. A sus amigos no les había ocurrido lo mismo, pero él sufrió un apagón en sus criterios, una relativización de casi todo lo que consideraba valioso y una sensación de desnudez, como si el ropaje que había exhibido durante toda su vida ya no le valiera.
Retornaron a su mente, sin él buscarlas, las cuatro o cinco ideas que le habían inculcado en su infancia para que organizara su vida, y volvió a pensar si conservaban su valor. Lo consultó con quienes tenía cerca, aunque nadie mostró entusiasmo por aceptar sus propuestas. Sin embargo, a él le convencían cada vez más. Notaba que ideológicamente -y ahí incluía su visión de la política, de la religión, de la relación con los otros y hasta del fútbol- comenzaba a experimentar unos vaivenes que poco a poco se iban convirtiendo en cambios de rumbo, aunque eso se advertía mucho más desde fuera que desde su propia conciencia. Al poco tiempo estaba irreconocible. En sus palabras cobraba fuerza lo que nunca la tuvo, y, en cambio, lo que consideró siempre valioso fue perdiendo importancia. Se le oía hablar y ya no era él, sino otro.
Nadie supo explicarse la evolución que sufrió, que él no notaba demasiado, pero que los demás advertían sorprendidos. Lo perdí de vista y me quedé con las ganas de saber cómo habría terminado sus días, si como el niño que fue y al que parecía que quería volver o como el adulto que también fue, pero del que renegó al final. Lo único que quedaba claro es que tanto la mente como la vida son imprevisibles.