Llevo dos noches saliendo a tomar una copa y en el bar no huele a tabaco, ni tengo que aspirar humo de tabaco, ni me levanto por la mañana con picor en la garganta por el humo del tabaco, ni tengo que oír al camarero quejarse por el humo del tabaco. Y, sin embargo, tengo que leer a muchos a los que les parece poco menos que un crimen que hayan velado por la salud de los no fumadores prohibiendo fumar en los espacios cerrados. Parece que no se puede hablar de la ley antitabaco, pero sí, como odiosa reacción ante el atentado, de Leire Pajín, como si fuera ésta la única responsable de una ley que ha sido aprobada en el Congreso y que, en términos muy parecidos, está vigente en muchos países de Europa.
No se puede hablar de la ley antitabaco, pero sí, por ejemplo, de los Reyes Magos. Cierta miopía impide ver que detrás de esta fiesta está la conmemoración, la repetición de lo que los Magos de oriente hicieron con el niño nacido en Belén. O sea, una fiesta básicamente religiosa, aunque aparezca teñida de consumo, de transmisión de ideología de género, con las muñequitas y los camioncitos, de justificación de la mentira –lo de la ilusión es eso, una ilusión- y de introducción de los niños en el sistema. De esto sí parece que se puede hablar.
Yo, humildemente, espero poder seguir hablando de lo que me alegre, de lo que me entristezca y de lo que me apetezca.