Se cruza la línea roja de la brutalidad y se entra en la primavera mental, vital y real, en donde, en medio de los lirios y del canto nocturno de los mirlos, aparece un mundo nuevo: el mundo de la elegancia.
La elegancia no es la simple belleza. La belleza dora la piel, siembra el gusto en lo exterior. La elegancia llena la belleza de vida, se mueve en el aire, te seduce por lo que hace, no por lo que es, no te mantiene en este mundo, sino que te transporta a otro, en el que tiene lugar la explosión de la existencia para llegar a lo sublime.
Se traspasa así, impelido por algo más interior y profundo que la belleza, superada tu voluntad y tus prejuicios, oliendo el impulso infinito de la primavera y escuchando el canto glorioso del nacer constante de la vida, otra línea roja que marca el límite de nuestra experiencia.