Hoy es el aniversario de la muerte de mi madre. No voy a poner aquí ningún sentimiento personal, ni ningún recuerdo. Son asuntos privados y personales, y no le importan a nadie. Esto no es Telecinco. Quiero solo hacer una breve reflexión sobre la muerte.
La muerte forma parte de la vida, de la misma manera que la contraportada, la última parte del libro, forma parte de él, dándole cohesión a su estructura y facilitando su lectura.
La muerte es inevitable y universal. No hay, por tanto que temer pensar en ella, sino intentar asumirla y aceptarla, buscándole su función positiva, que la tiene.
Imagínate que no nos fuéramos a morir. ¿Habría algún motivo que nos impulsara a hacer algo hoy, cuando tendríamos toda la eternidad por delante para hacerlo? Si la muerte no existiera, no haríamos nada, la vida sería un aburrimiento constante y nuestras mentes estarían desérticas, dormidas, prácticamente “muertas”.
La existencia indudable de la muerte, de tu muerte y de la mía, nos debe dar ganas de vivir a fondo cada día, nos debe suministrar una urgencia por vivir cada instante, nos debe hacer aprender a integrar el presente y el futuro en un proyecto vital que tenemos que poner en marcha ya.
La muerte es la fuente de la vida. La vida no es un pasatiempo, sino el intento consciente, urgente y decidido de construir una existencia humana en el tiempo, antes de que este se acabe.
La muerte manda a este mundo sus adelantados: los malos, los ignorantes, los golfos, los egoístas, los gilipollas, los violentos, los discriminadores, los mentirosos y todos los que huyen de una vida humana y sana y se refugian en una brutalidad que impide que la vida crezca son enviados de la muerte. Ellos nos deben hacer ver una vida mejor.
Solo quiero sugerirte que no te duermas, que vivas, que le ganes a la muerte veinticuatro horas cada día.