Cuando no es la razón la que se
convierte en el criterio fundamental para decidir las ideas, las
estrategias y las acciones, sino que los sentimientos caminan a sus
anchas en las mentes flacas de quienes son pocos dados al análisis
frío y a las decisiones prudentes, entonces se suelen perder dos
cosas: el sentido de las normas y el sentido del ridículo. La
ausencia de la razón como criterio hace que no se tengan en cuenta
las normas aceptadas, sino que cada cual haga lo que más le
interese, tenga viabilidad o no, cause daños a propios o ajenos o
no, conduzca al desastre o no. Y en esas circunstancias suelen
aparecer hechos peregrinos, ridículos y descalificantes, que llevan a una risa trágica y que
hacen dudar de que la compañía de estos irracionales sea la más
adecuada para crear un mundo habitable y vivible.
Buenas noches.