Imaginaron a un padre que portaba lo que
ellos mismos creían que era la verdad única, absoluta y universal.
Se situaron a la derecha de ese padre inexistente. Era el lugar de
los buenos.
La gran mayoría de ellos no entendía nada de la
realidad. No tenían demasiada sensibilidad y carecían de la
capacidad de argumentar racionalmente una explicación de aquello que
percibían. Sin embargo, solían dejarse arrastrar por el odio a todo
lo diferente, se atrevían a juzgar y a condenar a quienes osaban
llevarles la contraria y exigían que las ideas en las que creían,
pero que no entendían, fueran profesadas por todos.
Una minoría
poderosa no es que no entendiera, sino que no quería entender.
Acostumbraban a mirar para otro lado y a elaborar mensajes sesgados,
tendenciosos, alejados de la realidad e interesados. Con ellos
intoxicaban a los anteriores y provocaban que una legión de briosos
defensores de lo falso les hiciera, sin saberlo, el trabajo sucio y
se entregara con pasión a sus manipuladores.
La deseada ignorancia
de ambos grupos era suicida, pero ellos no lo sabían.
Buenas noches.