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sábado, 15 de agosto de 2020

Dicho en el pasado. Si la quieres...

Si quieres a alguna persona, déjala ser. No le impongas tus criterios, ni tu estilo de vida, ni tus preferencias, ni tus gustos. No la gobiernes, como si fuera una cosa. No le prohíbas lo que no entre dentro de tus esquemas. Esa persona a la que dices querer, sobre todo si es tu pareja, no eres tú. Nació libre y debe vivir libre. Tiene derecho a ser como quiera ser. Si la quieres, lo que tienes que hacer es ayudarla a ser como ella quiera ser. No vivas tú por ella. Buenas noches.

domingo, 20 de diciembre de 2015

sábado, 4 de enero de 2014

Buenos días. Más autonomía





Si el amor no te da más autonomía, es que no es amor.
Una persona es autónoma cuando hace en su vida lo que quiere hacer, lo que ella misma entiende que es bueno hacer, no lo que le obliga a hacer desde fuera otra persona.
Buenos días.

jueves, 11 de octubre de 2012

Buenos días. España evoluciona




Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que España, que era una -aunque había dos-, grande -a pesar de lo cual no cabían todos- y libre -sobre todo para los que tenían poder-, se definía, por quien tenía atribuciones para definirla, como “una unidad de destino en lo universal”. Esto de la unidad -otra vez- en lo universal tenía un tufo fascista insoportable, pero volvía locos a los que profesaban la funesta manía de querer someter a los demás bajo las suelas de sus rancias ideas. Estas palabras tan solemnes -en el fondo, tan vacías- les solazaba el espíritu, les disparaba las glándulas y la hormona de la metafísica patriotera se les ponía por las nubes, hasta el punto de que se colocaban en las mismas puertas de la otra vida, aunque con los pies muy bien asentados en esta. Yo creo que lo que les atraía de todo este montaje era que lo consideraban como un negocio espiritual que les proporcionaba bienestar anímico aquí y, encima, creían que les garantizaba el acceso futuro a reinos eternos, que se supone que también estaban llenos de unidad y de universalidad, para que no desentonaran.

Pero, a pesar de todo el afán conservador que se quisieran echar sobre la brillantina estos negociantes disfrazados de hombres píos, las cosas cambian. Aunque alguien se acostumbre a volver la cara para otro lado e ir mirando de reojo, la sociedad evoluciona y las palabras van perdiendo el aire que las mantenía infladas, hasta quedarse convertidas en desechos antiguos e inservibles. Así, el negocio espiritual, que catapultaba a la estirpe española hacia el más allá, se fue transformando inadvertidamente hasta situar en el trono que antes ocupaba el espíritu, la más reconfortante y placentera materia, revestida de ganancias, dineros y prebendas encerradas en el glorioso saco del capitalismo.

De esta manera, la España que unos padres acostumbrados a mirar al sol consideraban una unidad de destino en lo universal, fue transformada por sus hijos, que no dejaban de contemplar al astro rey, pero que ya solían usar gafas de colores oscuros y cremas solares para evitar ciertos peligros, en algo mucho más eficaz, más beneficioso y más lucrativo: la marca España.

En esas estamos hoy.

viernes, 8 de junio de 2012

Elogio de la mujer libre




Yo quiero ser yo y voy a ser yo. No quiero ser lo que otro quiera que sea. Nadie va a acabar con mi libertad. No tengo por qué hacerle caso a nadie a la hora de decidir cómo va a ser mi vida. Los voy a escuchar a todos, porque puede que tengan algo válido que decir, pero las decisiones sobre mi vida las voy a tomar yo.

Esta actitud va a afectar también a mi forma de vestir. Estoy harta. Ya está bien de que me miren como si no fuera más que un pedazo de carne de mujer. Me refiero a los hombres, pero también a algunas mujeres. Hay mucha gente que no tiene dignidad y que cree que las mujeres tampoco la tenemos. No voy a taparme ni a destaparme porque me lo diga alguien desde fuera. Soy tan ser humano como el que más y voy a ser yo la que decida cualquier cosa que tenga que ver con mi vida.

Hay una plaga en el mundo, el machismo, que dice que los hombres son superiores a nosotras y que por eso tenemos que obedecerles. Yo me niego. En este mundo todos somos iguales y todos tenemos los mismos derechos, digan los machistas lo que digan.

En algunos lugares los machistas obligan a las mujeres a taparse de arriba a abajo para que no las vean los otros hombres. No creo que aquí se les ocurra a ninguno de estos -y hay muchos- hacerlo. Por estos pagos lo que se utiliza cada vez más es lo de que estemos sexys, atractivas y bellas para que así atraigamos a los hombres y podamos atrapar a alguno de ellos. Ninguno dice lo que viene luego, porque en realidad no es que los atrapemos a ellos, sino que son ellos los que nos atrapan a nosotras. Una vez que estás dentro de su red es como si se te nublara la vista y ya no ves ni la libertad, ni el hacer lo que te apetezca, ni el cariño. Ni siquiera te ves a ti misma, sino a una momia de lo que fuiste. Ninguno te habla de eso y ninguna te advierte de lo que puede venir. Cuando quieres darte cuenta, aquel hombre tan gracioso, tan seductor y que te hablaba de una vida estupenda, se ha convertido en tu amo y tú tienes que vivir como a él le dé la gana. En poco tiempo te olvidas de que puedes pensar como quieras y que puedes hacer lo que te parezca. Y lo más cercano que tienes para sentirte a gusto, tu vestido, se tiene también que adaptar a sus gustos, a sus caprichos y a sus manías de enfermo. Esta es una cruz que no se ve desde fuera. ¡Cómo me hubiese gustado a mí que me hubiesen avisado!




La forma de vestirme es muy importante para mí. Me gusta ir a mi aire, al mío, y la verdad es que me gusta ir más bien un pelín destapadita que otra cosa. Si pudiéramos ir todos desnudos, sería lo mejor, pero entre el frío, las tradiciones, los curas y los salidos que hay por ahí, resulta que no puede ser. A mí encantan las faldas cortas y los escotes más bien grandes, me chifla andar con tacones -¡ay, esos taconazos enormes que te ponen tenso hasta el culo!- y pintarme los labios de rojo dormido. Pero ni lo hago porque le pueda gustar a los hombres ni porque alguno de ellos me haya obligado a hacerlo. Hasta ahí podríamos llegar. Yo los respeto a todos y no les digo lo que tienen que ponerse, así que les exijo que hagan lo mismo conmigo.

Algunos de estos machistas, y algunas mujeres que piensan como ellos, son tan simplones y tan tontos que creen que el atractivo y la belleza se dan cuando te obligan, por ejemplo, a llevar un vestido ajustado. No entienden que yo me pongo atractiva cuando me da la gana y que, en cambio, si me obligan a vestir de determinada manera, me puedo convertir en una borde odiosa o en una tonta del bote.

Aún recuerdo, no hace tantos años, cuando empecé a salir con aquel tipo rubio que en verano llevaba zapatos de vestir sin calcetines, ese que hablaba tan rápido y que se empeñaba en llevar siempre la razón. No recuerdo ni cómo se llamaba, pero no me he olvidado del interés que tenía en vestirme como a él le daba la gana. Y, encima, me controlaba a cada momento con el teléfono móvil. 'Te llamo para decirte lo mucho que te quiero', empezaba el muy tontaina, y enseguida que si dónde estás, que si con quién andas, que si por qué no me voy ya para casa. Aquello duró sólo unos días porque a mí no me daba la gana de entregarle mi vida a un tipo que se creía con el derecho a exigírmela. Así que lo mandé a tomar vientos y me quedé más contenta que si me hubiese tocado la lotería. ¡Quién se creería aquel estúpido que era para querer gobernar mi vida a su antojo! Ahora, que se lo dije y se lo dejé bien claro. Yo me puedo poner en pelotas -le solté- o me puedo llenar de telas hasta las cejas, pero lo haré cuando a mí me dé la gana, donde se me antoje y con quien me salga del alma, no cuando a un fantoche creído como tú se meta en mi vida y se ponga a decirme las tonterías que tengo que hacer porque a ti te dé el capricho. Así que ya lo sabes. En la vida de una mujer manda ella y nadie más, por muy enamorada que esté, por mucha boda que haya habido por en medio o por mucha necesidad que sienta. Que tú tengas eso que tienes entre las piernas no te da derecho a gobernar en la vida de ninguna mujer. Y si alguna vez lo logras, será porque has tropezado con una que todavía no se ha enterado o que es tan débil que es incapaz de andar por la vida como un ser humano. Así que ¡aire! y a dejar vivir. Y me quedé mucho más tranquila, como si me hubiese quitado un peso de encima y me hubiese vuelto la libertad.