Todo hecho tiene un aspecto visible,
constatable, que afecta al mundo físico, y también otro simbólico,
que nos remite a algo distinto del propio hecho en sí.
Digo esto porque aún no he salido de
mi asombro y de mi indignación al leer la noticia de que la
izquierda del Ayuntamiento de Madrid ha decidido votar a favor de la
concesión de la Medalla de Honor de la ciudad al antiguo alcalde
Alberto Ruiz Gallardón. Ni voto en contra ni abstención. El hecho
visible es que la izquierda ha votado a favor de que se reconozcan
los méritos del señor Gallardón como alcalde de Madrid. Supongo
que por méritos se entenderá su gestión económica, que ha llevado
a que la ciudad tenga una deuda de más de 7.000 millones de euros y a
que el 22% del presupuesto de la ciudad se emplee en pagar esa deuda
con sus intereses correspondientes. O quizás tengan que ver con que,
a pesar de la deuda y de la crisis, se llevó como mayordomo al
maitre de un famoso restaurante de Madrid, con un buen sueldo,
naturalmente. Puede que los méritos se refieran a que tuvo levantada
Madrid muchos años y luego la cubrió de manera que pasear por
algunas calles del centro de Madrid encierra peligro de tropiezo. O es
posible que tengan que ver con lo que hizo por frenar la
contaminación de la ciudad. Cualquiera sabe a qué se refieren los
méritos del anterior alcalde. No quiero ni pensar que el criterio
para votar que sí haya sido ese tan de izquierdas y tan
revolucionario como es la tradición de darle una medallita a todo el
que pasa por la alcaldía.
En las circunstancias actuales, este
lamentable asunto tiene, además, un fuerte carácter simbólico.
¿Algún votante de izquierdas le daría hoy una medalla a Gallardón?
Seguro que no. Y, sin embargo, sus representantes políticos sí se
la han dado. Este episodio muestra con toda claridad la separación
que se está dando entre los votantes y sus representantes. ¿Es que
no se enteran de que esto está pasando y que por eso se le están
yendo los votos? ¿Es que siguen en su otro mundo, ajenos a lo que
está pasando en este? ¿Con quién se han comprometido, con los
ciudadanos o con los corteses representantes que se turnan en darse
medallas, unas veces a unos y otras, a otros?
Un político tiene la difícil tarea de
convencer al ciudadano de que su programa, su proyecto es el mejor.
Tiene que crear en el votante la esperanza de que el mundo va a ir a
mejor si le vota. Lo que es una grandísima estupidez es que el
político acabe en un momento con la esperanza del ciudadano con medidas como esta,
que lo alejan años luz del mundo de los problemas y que provocan el
castigo del votante, con toda la razón.
Creo que todavía no se han enterado.