Es tanta la costumbre que tienes de
verte así, de hacer cada día lo que haces, que crees que realmente
eres como apareces. Si un actor estuviera durante muchos años
representando el mismo papel de la misma obra, probablemente muchas
características del personaje que interpreta quedarían fijadas en
su manera privada de ser y de actuar en la vida. El personaje se
habría así incrustado en la persona.
Yo creo que es eso lo que nos pasa
habitualmente a todos. Vivimos todos los días situaciones muy
parecidas y en ellas, para sobrevivir de manera más o menos
pacífica, repetimos los mismos actos, hacemos gestos similares,
ocultamos lo que puede traernos problemas, evitamos determinadas
reacciones y fomentamos lo que otros muchos consideran conveniente.
Hemos adoptado una serie de
comportamientos que no son propios de nosotros mismos, sino del
personaje que nos vemos obligados a representar en la vida cotidiana.
Nuestro verdadero yo, ese ser más o menos desconocido que llevamos
en nuestra mente, se ha acostumbrado a representar el papel más
adecuado y ha quedado escondido en la rutina diaria. El disfraz que
usamos cada día se ha confundido con el yo a fuerza de ir
disfrazados.
Ahora, en los Carnavales, es cuando
decimos que vamos a disfrazarnos, que por unas horas vamos a ser, por
ejemplo, un pirata o un indio. A mí me parece que, en realidad, no
vamos a actuar como si fuéramos un pirata o un indio. Lo que
deberíamos intentar es vivir la oportunidad de prescindir del
disfraz habitual y, con la excusa de aparentar ser otro, procurar ser
por un día nosotros mismos. De hecho, ese es uno de los sentidos que
ha tenido y tiene el Carnaval.
Se tienen noticias del Carnaval desde
hace unos 5000 años. Se le ha relacionado, por ejemplo, con las
Saturnales -fiestas en las que a veces los esclavos y los amos
intercambiaban sus papeles-, con
las Bacanales -dedicadas al dios Baco y
en la que inicialmente sólo participaban mujeres, aunque
posteriormente se dio entrada a los hombres- o con las Lupercales -en
las que unos sacerdotes, los amigos del lobo, casi desnudos,
iban azotando con tiras de piel a quienes encontraban, para
purificarlos. Se pensaba que así aumentaría la fertilidad de las
mujeres. Más tarde, el cristianismo impuso un tiempo de cuaresma, en
el que todo lo sensual o gozoso estaba prohibido, y el Carnaval
servía como una despedida festiva de la vida habitual. Todo estaba
permitido en los días de Carnaval y posiblemente de ahí venga la
costumbre de ir con la cara tapada por una máscara.
En todo caso, si en Carnaval vas a
cambiar tu aspecto habitual, yo en tu lugar aprovecharía para
intentar ser tú mismo, aunque vayas vestido de pirata o de indio. Si
no lo haces, corres el riego de que se te oxide ese yo que llevas
dentro. Buenas noches.