Privaticémoslo todo. Que todo sea un
negocio eficacísimo.
Empecemos, por ejemplo, por la
justicia. Que los jueces no sean funcionarios públicos, sino que
dependan de una empresa privada que los adoctrine convenientemente,
les diga lo que está bien y lo que está mal, los contrate y les
pague. Nosotros tendremos que pagar también, lógicamente, pero ya
se sabe que quien algo quiere, algo le cuesta. Seguro que así la
justicia es más rápida y se destapan más casos que hoy quedan
ocultos.
Después, podemos seguir privatizando
el ejército. Es un dineral el que se gasta el Estado en estas cosas
de la defensa. Es mejor que sea una empresa privada la que tenga sus
soldados, sus tanques y sus cosas y que, cuando alguien ataque, sean
unos u otros, nos defienda. Esos soldados estarían preparados para
todo y nos defenderían como los mejores. Seguramente tendríamos que
pagar sólo si hay guerra, con lo que saldría bastante bien de
precio.
¿Y qué es eso de que los políticos
pertenezcan a la estructura del Estado? Si se necesitan alcaldes, que
haya una empresa privada que los forme y los suministre. Así todos
sabrán lo que hay que hacer y se ganará en comodidad y en rapidez.
Con que los ciudadanos le paguen entre todos a la empresa los
servicios, se habría acabado el asunto.
O la policía. Nada mejor que una
empresa privada forme bien a los policías, les diga a quién tienen
que perseguir, a quién le tienen que pegar y dónde tienen que
meterse y dónde no meterse. Por muy poco dinero seguro que
estaríamos protegidos muy bien y los delincuentes estarían mucho
más temerosos que ahora y se acabaría la corrupción rápidamente.
¿Y el aire? ¿Sabemos lo que nos
metemos dentro cada vez que respiramos? Si hubiera una buena empresa
privada que velara por la calidad del aire y que le pusiera unas
buenas multas a los industriales que contaminan, respiraríamos todos
mucho mejor. Nos cobrarían un poco por respirar, pero no cabe duda
de que merecería la pena.
Si todo en la vida fuera privado, si el
mundo fuera un gran supermercado viviríamos mucho mejor y seríamos
mucho más felices.
Alguien apuntó esta mañana en la
radio algo de lo anterior. Luego habló de la educación y de la
sanidad. ¿Por qué privatizar todo lo anterior nos puede parecer un
disparate y, en cambio, hacerlo con la sanidad y la educación sí
nos parece normal? ¿Por qué admitimos con tanta facilidad que no
nos pongan tratamientos caros, que decidan lo más económico, aunque
no sea lo mejor, que adoctrinen en las escuelas con lo que deberían
hacer en las parroquias, que se financien los negocios educativos,
que se transmita ideología sin crítica a los jóvenes, que se
pretenda que no tengan una formación humanista, que haya que pagar
por nuestros derechos, etc...?
Lo que sí debe ser privado es el
sueño, ese estado en donde la mente se concentra sobre sí misma y
aparecen los demás, nuestros seres queridos. Ahí es el lugar en
donde debe salir el cariño para que a todos les caiga un poco de
aire fresco, de atención y de sonrisa. Buenas noches.