Aunque hay quien aún no se entera o no
se quiere enterar, algunas cosas han cambiado en España, sobre todo,
en estos últimos meses. Queda mucho, sin embargo, por hacer.
No han cambiado, sobre todo, muchas
actitudes, muchas formas de entender la vida pública. Parece que la
corrupción no aparece con la frecuencia que lo hacía antes, pero la
derecha sigue basándose en un capitalismo salvaje y codicioso, que
no tiene inconveniente en explotar hasta exprimir a quien se ponga
delante, y que aspira no a ganar dinero, sino a ganarlo todo y ya.
La derecha desprecia los servicios
públicos y los degrada privatizándolos. Profesa la idea de que los
servicios son negocios, aunque lo enmascare con excusas, como la de
una mejor gestión o inventos parecidos, y la mejor forma que tiene
de conseguirlo es privatizando todo lo que afecte a la sociedad. Así,
la sanidad debe ser un negocio privado que favorezca a los ricos,
aunque los pobres no puedan pagarla, lo mismo que la educación, los
transportes y todo lo que sea posible. Pero no está justificado que
pagar por un servicio a un particular sea mejor que hacerlo, a través
de los impuestos, al Estado. Son tan incongruentes que ellos mismos
recurren a la sanidad pública cuando se ven afectados.
La derecha quiere entrar en política y
ganar todas las elecciones porque sabe que generando ciertas leyes y
tomando determinadas medidas saldrán económicamente favorecidos.
Por eso se enfadan tanto, y patean y hacen ruido, pero no argumentan,
cuando las leyes no les satisfacen. Hay que crear leyes justas,
igualitarias y que favorezcan a todos, pero no parece que la derecha
esté dispuesta a ello.
No hay que tenerle miedo a la izquierda
porque quiera subir los impuestos. Esto lo ha tergiversado
interesadamente la derecha, como hace con tantas cosas. Subirle un
punto los impuestos a los más ricos (que son muy pocos, que alguien
con una casa, un coche y un trabajo no es un rico) y bajárselo a
quienes menos tienen no es para tenerle miedo a la izquierda. Y si
queremos una buena sanidad pública, una buena educación, que las
personas dependientes estén atendidas y que las pensiones
garantizadas, no hay más remedio que subir los impuestos, diga la
derecha los infundios incomprensibles que quiera.
Hay que ser muy firmes en lo que afecta
a las mujeres y a la violencia de género. Todo ser humano con una
sensibilidad desarrollada según los Derechos Humanos debe serlo. Y
creo que hay aún mucho que hacer, mucho que conseguir y muchas
actitudes machistas que frenar. Hay un peligro social ahí que me
parece de suma importancia.
En España no veo que haya cultura de
pacto. Esas actitudes chulescas, partidistas y manipuladoras de
manifestar antes de las elecciones que no van a pactar con este o con
aquél no son propias de un sistema democrático. Qué diferencia oír
a Rivera trazar una raya roja delante del PSOE y escuchar a Gabilondo
decir que los problemas son de todos y que hay que ponerse de acuerdo
todos para hallar una solución. Hay, por desgracia, mucha gente aún
que no tiene sensibilidad para ver esto. O nos acostumbramos a pactar
o esto se va a convertir en un nido de antidemócratas que van a
acabar con el país, con las estructuras y con los ciudadanos.
Mañana hay que ir a votar. Y estoy
convencido de que hay que ir a votar a la izquierda, no por gusto,
sino porque sus argumentos y sus propuestas van orientadas hacia
todos, hacia el bienestar de todos, y porque cuando hablan de
libertad no se refieren a la de unos pocos que pueden elegir, sino
que pretenden conseguir la libertad de todos. Y hablan de igualdad y
buscan que las leyes sean igualitarias. La derecha ni se planea, ni
habla ni hace nada por la igualdad, sino por todo lo contrario. Y la
izquierda no busca el bien privado, el de los ricos o el de los que
ingenua y grotescamente se creen ricos, sino que aspira a la
justicia, que se concreta en el bien para todos. Por eso hay que
votar, porque solo vivimos esta vida y no somos quienes para vivirla
a costa de los demás, sino en armonía con ellos. Hay que votar y
hay que seguir mejorando el país.