Sobre la trampa tonta del gen del fracaso escolar. Artículo publicado en El País del 4 de julio de 2011.
Legados y prejuicios
MARÍA PILAR JIMÉNEZ ALEIXANDRE
|
EL PAÍS - Sociedad - 04-07-2011
En el siglo XVIII Linneo clasificaba a los seres humanos en grupos como Homo europeanus, que era "amable, ingenioso y activo", mientras que el Homo africanus era "indolente, negligente y caprichoso" y el Homo asiaticus, "avaricioso y distraído". Pocos dudarán hoy de que esas categorías están basadas en prejuicios y no en estudios rigurosos. En el XIX, Lombroso relacionaba la criminalidad con características como mayor capacidad craneana o abultamiento occipital. Aunque estos ejemplos muestran que antaño se juzgaban innatos todos los comportamientos y desempeños humanos, la genética moderna considera que la expresión de los genes (lo que los biólogos llamamos fenotipo) es resultado de la interacción entre los genes y el ambiente. Quizá un ejemplo ayude a entenderlo: en 1935 la estatura media de los varones gallegos era 163 cm, mientras que en 2005 era 175 cm. Creo que estaremos de acuerdo en atribuir ese aumento de 12 centímetros a una mejora en la alimentación y las condiciones sanitarias, y no a un cambio simultáneo en los genes de toda la población.
¿Quiere esto decir que los genes no influyen en cuestiones como la estatura o el rendimiento académico? Influyen, pues, por ejemplo, el genotipo de una persona determina una potencialidad de ser alto. Que llegue a serlo depende de si su alimentación, condiciones sanitarias, etcétera son adecuadas. Hay estudios que apuntan a que ciertas predisposiciones intelectuales tienen un componente hereditario. Pero todas las investigaciones rigurosas, que son muchas, muestran la relevancia de los factores sociales y económicos en el rendimiento académico. Así lo hace la evaluación internacional Pisa, realizada por la OCDE, organización nada sospechosa de radicalismo. Factores sociales son, por ejemplo, el nivel de estudios de los padres, en especial de la madre, que, según Pisa, es el que presenta una correlación más alta con el rendimiento. No es difícil de entender que un niño o niña educado en una familia en la que hay libros, en la que la expresión oral es sofisticada y en la que se le corrige cuando comete una falta de ortografía está en mejores condiciones para tener buenas notas que otro procedente de un entorno con un bajo nivel de estudios.
Otro caso de influencia del ambiente en el desempeño académico es la incorporación de las mujeres a los estudios universitarios. Aún a mitad del siglo XX se ponía en duda, por ejemplo por Marañón, que pudieran dedicarse a la investigación científica. Se alegaba una supuesta diferencia innata. Es evidente que si a las mujeres no se les permitía el acceso a los estudios, o se dificultaba su carrera académica, difícilmente podían expresar sus potencialidades. Hoy día los resultados de las pruebas de selectividad en todas las comunidades autónomas muestran que la mayor proporción de los alumnos con mejores notas son mujeres. No sé si los autores del informe de la CEOE, que se quejan de que haya profesoras, preferirían que estas alumnas brillantes vuelvan a hacer calceta y fregar sartenes, en vez de cuestionar, por ejemplo, por qué las mujeres reciben menores salarios que los varones.
Es posible que los empresarios sepan de empresas. Pero, antes de lanzarse a decir disparates sobre biología y educación, deberían informarse. Contradecir los resultados e interpretaciones de un estudio tan amplio y riguroso como Pisa, afirmar que la herencia genética tiene más importancia en el éxito escolar no es heterodoxo. Es simplemente una falacia. Es una conclusión que muestra una profunda ignorancia, no solo de la educación, sino de la biología moderna, en la que las interpretaciones deterministas (que llevadas al extremo lindan con el racismo) no tienen carácter de enunciados científicos sino únicamente de prejuicios anticuados.