Aquel tipo parecía contener en su
mente toda la verdad sobre todas las cosas. Hablaba con vehemencia.
Pronunciaba las palabras como si hubiesen sido suyas desde siempre. Parecía
querer evitar que los demás pensaran, porque él ya traía pensado
todo lo que había que saber y se lo ofrecía de manera gratuita. Su elocuencia era aplastante. Su mirada
era la propia de quien se consideraba dueño de todo el conocimiento necesario. A su
alrededor, un grupo de personas le escuchaba como si estuviera hablando el descubridor del
nuevo mundo.
Poco a poco, la nave fue alcanzando
altura y allí abajo el grupo escuchante, con el tipo en medio, fue
empequeñeciéndose en comparación con todo lo que se divisaba desde
arriba. Bajo la nave que ascendía, fueron apareciendo otros grupos,
más o menos grandes, también con un tipo elocuente en medio, pero que decía cosas distintas a las que afirmaban los tipos vecinos. Se pudieron ver multitud de grupos, todos ellos con tipos
vociferantes en el centro, pero cuando la nave logró estar a una
cierta altura, ya no se divisaba ninguno de ellos. Todos habían
desaparecido en la distancia. Llegó un momento en el que sólo se
podían observar bosques, mares, manchas de realidad incrustadas en una especie
de esfera. El olor a soberbia había ya desaparecido.
Buenas noches.